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Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo.
Ernesto "Che" Guevara

Somos militantes de izquierda que vemos con preocupación el vaciamiento del debate ideológico, lo que conduce -a nuestro entender- a la ausencia de una visión estratégica orientada a transformar en forma radical la sociedad. Conceptos como imperialismo, clases sociales o revolución ocupan un lugar cada vez más marginal en el léxico de la izquierda, mientras se asumen ideas y categorías de las teorías predominantes en la academia, que no son ajenas a la ideología hegemónica. Nuestro objetivo es contribuir a la generación de una atmósfera diferente a la hoy existente a nivel político e ideológico-cultural, donde parece no haber alternativas al capitalismo y muy pocos espacios para plantear ideas y debates que vayan más allá de los límites impuestos por la ideología dominante.

El capitalismo es la destrucción de la vida

 

Parece existir una asunción, a veces no del todo consciente, de que la historia ha llegado a su fin, de que el capitalismo es insuperable y que el socialismo es una utopía irrealizable. Sin embargo, este sistema económico-social vive una crisis cada vez más profunda, y la alternativa planteada por los espartaquistas de Rosa Luxemburgo y Karl Liebcknecht parece más vigente que nunca: socialismo o barbarie. El capitalismo senil ha aumentado los grados de explotación de la naturaleza hasta niveles que pueden causar daños irreversibles, que ponen en cuestión la existencia misma de la humanidad. Asimismo, en su carrera por contrarrestar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, aumenta el grado de explotación hasta límites antinaturales de los trabajadores, en este sentido, vemos como en nuestro país y en todo el mundo en general se quiere postergar la edad de jubilación a pocos años antes de morir. Aumenta el grado de alienación y la pérdida del sentido de la existencia para cada vez más personas. El capitalismo senil es también nihilista. La depresión, los trastornos psiquiátricos, los suicidios son fenómenos crecientes y que no se pueden ver como una fatalidad, sino como expresión de la crisis de la que venimos hablando, que se manifiesta de múltiples formas y en todas las esferas de la vida. También es un capitalismo abiertamente destructivo y guerrerista. El imperio hegemónico yanqui sabe de su decadencia, pero no la quiere aceptar, y algunos de sus principales agentes parecen estar dispuestos a escaladas guerreristas que pueden culminar en un holocausto nuclear. El mundo multipolar hoy es más un hecho que una aspiración, deberíamos tomar en cuenta esa nueva realidad geopolítica, no para subordinarnos a ninguna potencia emergente, sino para apuntar a construir una nueva realidad a nivel internacional, con un horizonte estratégico superador del imperialismo propio de las fases más desarrolladas del capitalismo. En otros tiempos, se diría que las condiciones objetivas para procesos revolucionarios están dadas, pero las subjetivas están muy lejos de estar presentes. Vemos grandes estallidos, movilizaciones populares y situaciones revolucionarias que no llegan a concretarse como revoluciones, y que suelen ser reconducidas dentro de los límites del capitalismo.

 

Marx y Lenin más vigentes que nunca

En este contexto, nos parece fundamental retomar las ideas de Marx y Lenin, no como un dogma, sino como una guía para la acción, porque los aportes de estos pensadores y dirigentes revolucionarios nos parecen fundamentales para la reconstrucción de una perspectiva estratégica superadora del capitalismo. El materialismo histórico y dialéctico, la teoría del valor y la plusvalía como el “secreto” de la explotación capitalista son aportes fundamentales de Marx y Engels para comprender y transformar la realidad existente, pero también lo es el desarrollo consecuente de esta concepción del mundo por Lenin. Ilich, como habitualmente lo llamaba Antonio Gramsci, aportó la teoría del imperialismo, desarrolló la teorización sobre el estado en una de sus obras más brillantes, El estado y la revolución, a lo que se suman sus importantes aportes para el desarrollo de una estrategia y una táctica revolucionaria -entre ellos el concepto de hegemonía, posteriormente desarrollado por Gramsci-, la teorización sobre la organización revolucionaria y su realización práctica, y su mayor contribución: la revolución socialista de octubre.

Contra todo dogmatismo

 

Pero definirse como partidarios de la concepción marxista-leninista no significa para nosotros asumir como propias las visiones estrechas y dogmáticas con las que muchas veces ha sido asociada esta definición. El marxismo-leninismo no puede ser identificado con el stalinismo, ni se puede entender a Stalin como una especie de consecuencia lógica y necesaria de la política leninista. Lenin siempre apostó a la construcción de hegemonía a nivel del campo revolucionario, al paciente desarrollo de alianzas de los trabajadores con el campesinado y otros sectores sociales, y la misma orientación siguió a nivel partidario. Las políticas impositivas y coactivas, el vaciamiento de los soviets y el culto a la personalidad no solo no son la consecuencia de la política desarrollada por Lenin, sino su negación. Por eso, resulta fundamental, a nuestro juicio, una profunda autocrítica del movimiento comunista respecto a Stalin y al stalinismo, puesto que estos fenómenos abrieron paso a profundas consecuencias contrarrevolucionarias, las que culminaron con la restauración del capitalismo. Esto no significa ni que el fenómeno del stalinismo se reduzca a Stalin, que como tal representaba muchas tendencias existentes en la sociedad soviética, ni que con Stalin se agotaran las enormes reservas revolucionarias del pueblo soviético: la gran movilización contra el eje nazi-fascista es una contribución eterna de la revolución socialista de octubre a toda la humanidad, entre otros grandes aportes, que fueron posibles en gran medida a pesar del stalinismo.

Un horizonte estratégico superador de la
explotación de  unos seres humanos por otros

 

Por consiguiente, consideramos que el leninismo supone la apertura al debate y a la construcción fraterna de la unidad de las fuerzas contrahegemónicas, en que el debate ideológico abierto ocupa un lugar fundamental, porque como dijo precisamente Lenin: “Sin teoría revolucionaria, no hay movimiento revolucionario”. Un debate que no solo debe ser con quienes se definen como marxistas y leninistas, sino con todos aquellos que apunten a cambios sustantivos en un sentido emancipatorio y democratizador. También resulta fundamental apoyar aquellas luchas que como de la emancipación de la mujer, la de minorías étnicas o sexuales, o las medioambientales se diferencian de la lucha de clases, pero desde una perspectiva clasista, que no pierda de vista un horizonte estratégico superador de la explotación de unos seres humanos por otros, y, sobre todo, que no conduzca a la fragmentación y a tendencias punitivistas en el seno de las fuerzas populares. Entendemos además al marxismo-leninismo como una teoría viva y abierta, que ha tenido continuadores fundamentales en figuras como Antonio Gramsci, José Carlos Mariátegui, Alexandra Kollontai, Clara Zetkin, Fidel Castro, el “Che” Guevara, György Lukács, Rodney Arismendi y, sin duda, por muchos de los grandes dirigentes bolcheviques que fueron olvidados o perseguidos por las políticas de Stalin. A esto sumamos muchos aportes que hoy realizan diferentes revolucionarios a lo largo y ancho del mundo.

 

Que los trabajadores y el pueblo se transformen
en sujetos activos de la política

 

Consideramos que una política de izquierda que apunte a cambios profundos y revolucionarios no se puede subordinar a la acción parlamentaria, a lo que Lenin y Rosa Luxemburgo llamaron "cretinismo parlamentario", tendencia que se puede visualizar como predominante no sólo en la izquierda uruguaya, sino mundial. La lucha debe ser también en los sindicatos, en la calle, en los espacios culturales, lo que no supone dejar de lado la participación en los espacios institucionales. El problema no es participar por tanto en estos canales, sino subordinar la política a las dinámicas e ideología que predominan en estos espacios. Lo fundamental es para nosotros la organización y lucha popular, desarrollando espacios democráticos realmente participativos, en que los trabajadores y el pueblo se transformen en sujetos activos de la política, impulsando transformaciones radicales que permitan “la conquista de la democracia" por la clase trabajadora, como plantearon Marx y Engels en el Manifiesto Comunista.

 

La necesidad de la confrontación ideológica

 

Por último, es importante señalar que el intercambio de ideas y la discusión política es para nosotros un elemento esencial para el desarrollo y la vida de las organizaciones de izquierda. De la discusión nacen nuevas ideas y síntesis. Que haya debate, en términos fraternos, demuestra que una organización está viva y se caracteriza por la democracia interna, por eso rechazamos la idea de que haya que cancelar la discusión porque esta implicaría el ejercicio de violencia hacia los compañeros o alguna falta de respeto. Las organizaciones de izquierda deben elaborar un pensamiento colectivo que necesariamente surge del intercambio, y que nunca fue ni será la simple suma de ideas individuales.

—Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia; aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella, sin ser forzada, ofrecía por todas las partes de su fértil y espacioso seno lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. 

Don Quijote de la Mancha (1605), de Miguel de Cervantes

(cap. XI, 4).

Consejo Editor

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