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Foto del escritorAldo Scarpa Mercant

La izquierda uruguaya entre Juan Grompone y Gonzalo Pereyra. El fugaz retoño de viejas tendencias y la vigencia del Leninismo

Actualizado: 9 may




Montevideo, Diciembre 2016


I) Juan Grompone: ¿Evolución y reformismo o dialéctica y revolución?


Bajo el título “Marx en la actualidad” se publicó un reportaje a Juan Grompone realizado por José Kechichián. En el mismo Grompone realiza una defensa del marxismo, su validez y actualidad. Argumenta en contra de los intentos de refutar la ley del valor y sostiene que esta se cumple en la realidad, más allá de que “es horriblemente subversiva y por ello necesario ocultarla. De lo contrario estamos mostrando la explotación”. Afirmación absolutamente compartible.


Sin embargo, lo principal de la entrevista lo encontramos al final de la misma. En estos pasajes se tratan dos cuestiones que hacen a lo fundamental para un marxista. Es decir, el problema de la revolución.

La primera, es sobre su “ley de la aceleración de la historia”. El periodista plantea que de esta ley Grompone, “concluye que todas las ecuaciones convergen en señalar que alrededor de 2060 se produce el fin del capitalismo”. Ante lo cual Grompone aclara que,“el año 2060 es un número mágico, nada más. Se trataría de que si el capitalismo se sigue desarrollando como hasta ahora” (por sus leyes, de la única manera que puede desarrollarse, aclaración mía), se produciría “una catástrofe hacia el 2060”. Es decir, “la condición de existencia del capitalismo es su necesidad de crecer. Cuando no tenga ningún lugar hacia donde expandirse eso es lo que ocurrirá”. “Quiere decir que hay una diferencia de velocidad enorme entre lo que crece la producción de bienes materiales y los que consumen esos bienes”.Se produciría un agotamiento de las reservas de petróleo y metales, el capitalismo no podría modificar el crecimiento de la producción ni encontraría otros lugares hacia donde expandirse y concluye que,“el cruce se produce en torno al 2060”.


Al leer el planteo de Grompone es difícil que a uno no se le venga a la memoria la polémica teoría sobre la acumulación del capital de Rosa Luxemburgo. Sintéticamente, la dirigente revolucionaria sostenía que el imperialismo es producto de la necesidad de la acumulación del capital. Sin embargo, desde su punto de vista, la acumulación chocará si o si con un límite impuesto por la tendencia propia del capitalismo a dividir toda la sociedad en dos clases: burgueses y trabajadores asalariados. En esta situación el capital no encontraría modo de obtener ganancia y la acumulación se tornaría imposible; el capital no encontraría hacia donde expandirse ni como expandirse. Pero, a diferencia de Grompone, Rosa no se olvidaba que se trataba de una tendencia, por lo tanto no confundía la dirección de la misma con la posibilidad histórico-real de que algún día se alcanzara dicho fin; el problema no es solo económico decía, es social, político, cultural; mucho antes estallarían las contradicciones, las luchas políticas y sociales y las crisis revolucionarias que amenazarían la existencia del capitalismo.


De lo contrario, sería como suponer que algún día la humanidad será testigo de la desaparición de la ganancia del capital por la acción de la ley de su tendencia decreciente. O, que algún año, ¡vaya a saber uno!, quizás antes del año 2060, la humanidad tendrá el regocijo de conocer un capitalismo gobernado por un “gobierno mundial” capaz de superar las guerras y garantizar la paz en el planeta. ¿Creen que es broma? Algunos liberales y algunos “marxistas” así lo creían a fines del siglo XIX y principios del XX. Creían que por la tendencia a la creciente concentración e internacionalización del capital se formaría un “supermonopolio” único o una alianza estable y permanente de todas las grandes potencias que gobernaría al mundo superando la fase imperialista y las guerras. Lenin les respondía que era correcto, que desde una “lógica abstracta” “se va hacia allá”, desde una pura abstracción, pero mucho antes de llegar las contradicciones del mundo real y la ley del desarrollo desigual lo impedirían. Y, aquí también, tuvo razón. ¡Y la tiene! Observemos sino, y gocemos, de la maravillosa paz del mundo del siglo XXI. Naturalmente, Lenin y Rosa eran dos revolucionarios y sus vidas se hallaban ligadas indisolublemente a las de las clases subalternas, a sus luchas y sus organizaciones.


Todo parece indicar que el problema consiste en la imposibilidad de abandonar el mundo de la abstracción y elevarse de lo abstracto a lo concreto en el pensamiento. Entre el 2016 y el 2060 ocurrirán muchas cosas, y deberemos tener alguna idea sobre qué deberán hacer los marxistas. Se trata de estudiar y dar respuesta a la situación concreta en el contexto del desarrollo histórico real. Sobre esto Grompone de manera directa no nos dice nada. ¿Antes del 2060 no sería conveniente “aventurarnos” en transformaciones sociales radicales que pongan proa hacia el socialismo? ¿Sería aproximadamente en el 2060 que deberíamos empezar a pensar en estas tareas? ¿Y si la agudización de las contradicciones sociales nos apuran? ¿Y si grandes movimientos de masas populares nos interrogan? ¿Les diremos que no es tiempo aún, que las ecuaciones, cual predigitadores, nos indican que no es correcto actuar ahora?


El asunto es que no se trata de un problema económico sino político. La cuestión a resolver es la de la hegemonía. El medio siglo que nos queda por recorrer no nos va a dar tiempo a que “converjan las ecuaciones”, a que se produzca el “cruce” de los datos de Grompone. Sería tarde para recién comenzar a “movernos” entonces por un objetivo anticapitalista. Además, desde este punto de vista, es probable que en el 2060 se encuentren nuevas excusas para convocar a la prudencia, quizá el capitalismo encuentre nuevas salidas y entonces, sería mejor retornar a una nueva espera.


Hacia el final del reportaje Grompone aborda el verdadero problema político que subyace en esta teoría y otras por el estilo hoy en boga. Vale decir, teorías y concepciones nada originales, ni nuevas, ni mucho menos “renovadoras”. Con ellas tratamos hace más de un siglo.


Así se despacha Grompone:

Yo creo que el problema está en haber fusionado el pensamiento de Marx con el de Lenin”. “A Marx nunca se le hubiera pasado por la cabeza que se iba a crear una sociedad nueva en Rusia, que apenas si estaba saliendo del feudalismo” (si “nueva” se utiliza como sinónimo de socialista podríamos decir con Les Luthiers “¡vaya que coincidencia!”, a Lenin tampoco). “Él (se refiere a Marx), siempre pensó que la sociedad nueva iba a empezar en Inglaterra”. ¡Vaya, vaya! qué insolente fue la realidad, tan concreta ella, resultó que no ocurrió así. Y si algo ocurrió, indiscutiblemente, fue que la “sociedad nueva” “empezó”, más allá de lo que sucedió después, en Rusia. ¡Oh que problema, entonces Marx se equivocó y Lenin acertó!. Más aún, Marx todavía se equivoca porque en Inglaterra todavía está por “empezar” la “sociedad nueva”,y no ha de ser por falta de desarrollo de las fuerzas productivas si a mediados de la segunda mitad del siglo XIX Marx preveía que allí empezaría la “sociedad nueva”. Por el contrario, Marx ya percibía un desarrollo de las fuerzas productivas por lo menos próximo al “nivel exigido” para el socialismo. ¿Qué diría Marx del desarrollo de las fuerzas productivas en la Inglaterra del siglo XXI?. Y, sin embargo, podríamos sentarnos y esperar la “sociedad nueva” en Inglaterra. Pero, sencillamente, no se equivocó ninguno de los dos. Probablemente, si Lenin hubiera vivido en la época de Marx hubiera pensado que la “sociedad nueva” no tendría mejor lugar por donde “empezar” que Inglaterra; y, si un hombre práctico, un revolucionario como Marx, hubiera vivido en la Rusia de principios del siglo XX hubiera andado, lleno de alegría y entusiasmo, promoviendo alguna revolución acompañado de obreros y campesinos, no de burgueses para que así se confirmaran las “ecuaciones” que había formulado cuatro o cinco décadas antes.


Y continúa Grompone:

El punto de partida de Lenin fue este: los países capitalistas se están matando entre sí, aprovechemos la ocasión y tomemos el poder”.

Un tanto superficial, ¿no? No fue una cuestión de oportunidad; y, ¡ya que pintó…!, no seamos tontos. Habían transcurrido largas y lejanas consideraciones ideológicas y políticas. Podríamos sintetizarlas en dos definiciones: una internacional y otra nacional. En cuanto a la primera, los partidos obreros y marxistas europeos caracterizaban “la futura” guerra que se aproximaba como una conflagración entre las grandes potencias imperialistas y que, como tal, la clase obrera y los partidos marxistas no debían subordinarse a la defensa de los intereses de “sus” burguesías sino, por el contrario, aprovechar las condiciones para impulsar la revolución social en cada país; esta era la política que exigía el internacionalismo proletario y la única que podía conducir a una paz justa, y por lo tanto, consecuente. Otros caminos (el Tratado de Versalles, etc.), sabemos a qué conducían o, mejor, a qué condujeron.


La segunda definición se remonta a principios del siglo XX; en los primeros años del mismo en Rusia era candente un debate que adquiere agudeza con la revolución de 1905: ¿Qué carácter tenía esta revolución?. El contenido era burgués, se trataba de una revolución democrática, en esto existía un acuerdo general. Sin embargo, la más cruda ortodoxia derivaba de esto que la revolución debía dirigirla la burguesía y el proletariado apoyarla, subordinarse. La posición marxista consecuente, que en este caso sí merece el calificativo de “renovadora”, sostenía que la revolución debía dirigirla el proletariado, en otro caso se frustraría, sería traicionada por la burguesía. Lenin sostenía que las tareas democráticas las debía llevar a cabo el proletariado como única garantía de llevarlas hasta el fin y pasar a la revolución socialista, que esto en las nuevas condiciones era posible; más aún, era el único camino consecuentemente revolucionario. ¡Y este camino fue el que triunfó en octubre!. Nada de espontaneísmo ni improvisación irresponsable. Nada fue porque “pintó”.


Nunca estuvo en discusión construir o no el socialismo en las condiciones “atrasadas” de Rusia. Esta fue la forma “vergonzante” en que presentaron la discusión aquellos que primero abandonaron las definiciones y luego las tareas correspondientes a la guerra mundial. Razonando de forma dogmática, antidialéctica proponían subordinar al proletariado y a las clases subalternas, entregar la suerte de las masas populares a los intereses de la burguesía; en realidad lo único que estaba en discusión, ni más ni menos y como tarea práctica, era la cuestión de la hegemonía. Era políticamente difícil, además de absolutamente dogmático desde el punto de vista filosófico, reconocer abiertamente (sin excusas sobre el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, etc.), que lo que se impulsaba era la actitud pasiva, un movimiento servil de los trabajadores en la revolución rusa (¿solamente en Rusia?). Este nudo fue el que desató Lenin en octubre con su combate por la hegemonía del proletariado sobre la base de la alianza obrero-campesina. Es decir; la creación teórica y la construcción práctica de la hegemonía, por eso Gramsci dirá que “Ilich es el creador de la hegemonía”.


En segundo lugar, un siglo después y sin lograr evadir el esquematismo menchevique, Grompone continúa:

Y siguieron adelante. Pero setenta años después esto se derrumbó. La idea de que la primera guerra mundial era el fin del capitalismo era errónea. Y esto terminó en una especie de capitalismo mal entrazado”.

Todo entreverado. Por supuesto, el desenlace de la Primera Guerra no fue el mejor escenario para la revolución. Pero, sería interesante hacer dos anotaciones. Una: el desenlace de la guerra no era una fatalidad, no estaba escrito, precisamente, uno de los factores que lo favoreció fue, que la mayoría de los partidos “marxistas” europeos, salvo honrosas excepciones, justificados con la “teoría” que hoy recupera y esgrime Grompone, abandonaron sus compromisos y en lugar de la revolución optaron por defender a “su burguesía”. Esconder esto también es una actitud “vergonzante”. Evidentemente, todo hubiera sido más fácil para la Revolución Rusa, no si se hubiera “derrumbado el capitalismo” sino si la revolución hubiera triunfado en alguna de las potencias capitalistas como decía Lenin. Pero, curiosamente, está de moda cargar las tintas, la responsabilidad, en los bolcheviques que llevaron adelante las definiciones y resoluciones asumidas y no en quienes las violaron y traicionaron. Así se contrabandea un interesante criterio histórico: juzgar a las revoluciones y a los revolucionarios, ¡no hay mejor manera para conservar el orden establecido!.


Dos: la revolución “siguió adelante”, por supuesto, de eso se trata, que otra cosa debe hacer una revolución. Con marchas rápidas hacia adelante, con retrocesos en unos u otros aspectos, de vuelta hacia adelante, con errores y horrores, con posibles derrotas ¡cómo no!. Todo terminó en una especie de “capitalismo mal entrazado” y después de setenta años “esto se derrumbó”. Grompone, impulsado por el entusiasmo de validar sus ecuaciones, se apura y se le escapan, nos hace perder, algunos “detalles” de la historia real que, por otro lado, pueden obstaculizar los límpidos y transparentes cálculos matemáticos. Es que los procesos sociales y las matemáticas tienen sus entredichos sino se piensa bien sus relaciones. Por ejemplo, a Grompone se le escapa (naturalmente, cuestión menor porque parece no encajar como término de sus ecuaciones), que Lenin no proponía construir el socialismo en las condiciones de Rusia. Pasa por alto que el jefe de los bolcheviques había expuesto y discutido esta posición en no pocas ocasiones. Que todavía en 1922 Lenin advertía sobre la inconveniencia de dedicarse a difundir el comunismo entre el campesinado ruso, planteaba la necesidad de convertir a los mismos en “mercaderes cultos” de tipo “occidental”; por supuesto en el marco del poder revolucionario y obrero, de lo contrario no sería una revolución para superar el capitalismo sino una evolución para consolidarlo por el camino menos doloroso y menos peligroso…, para la burguesía rusa, está claro.


Grompone traza una línea recta, una continuidad sin cortes ni rupturas, desde 1917 hasta el derrumbe de la URSS. Se le escapa, pasa por alto, que Lenin murió muy temprano y que su concepción política y la dirigencia “leninista” fue derrotada. Se le escapa la necesidad de realizar una valoración del significado profundo del poder y la política de Stalin que socavaron los fundamentos sociales, políticos, económicos, teóricos-ideológicos de la concepción leninista. ¿Con las consecuencias propias de una contra revolución?. Por cierto, nosotros no supimos o no pudimos comprenderlo por décadas. Pero eso no justifica que se soslayen semejantes acontecimientos históricos y políticos a riesgo de una grosera (¿e intencional?) falsificación de la historia o para “probar” las nuevas adquisiciones de las matemáticas. Los procesos históricos-sociales se definen por las correlaciones de fuerza, las acciones políticas conscientes e intencionales imposibles de encorsetar por las más elevadas cumbres de la abstracción y el más complejo sistema de ecuaciones, ellas se salen del cauce, rompen las murallas de la abstracción. Ellas son el mundo real; la política es superior.


Condenar a Lenin por este desenlace (en lugar de aprender de él), tiene tanto sentido como condenar a Artigas por su obstinada lucha contra el centralismo porteño que provocó la consolidación y desarrollo de la conciencia autónoma de los orientales, condición sobre la cual (valoración que no escapó a la diplomacia británica), se creó el Estado de la república Oriental del Uruguay tan ajeno a la concepción política y al programa revolucionario artiguista. Otra derrota, (¿derrota? desde el punto de vista individual, no necesariamente de la perspectiva histórica y política), ¿y?. Así se escribe la historia, inexplicable para la matemática.


Grompone se encarga de estudiar con ahínco cuando estarán prolijamente preparadas las condiciones que nos garanticen la victoria. Él, como otros, quiere evitarnos toda “impureza” o derrota en la faena. Aproximadamente en el 2060 todo “irá sobre ruedas”. Manténganse quietitos, tranquilos, no sean imprudentes como los bolcheviques, no se muevan, esperen, es apenas medio siglo. Si tomamos en cuentas sus pronósticos, ateísmo aparte, ¡qué Dios nos ayude y que no le haya errado en ninguna cuenta!. El problema es que ni con el mejor plantel tenemos garantizado el partido ni mucho menos el campeonato. Además, nos podemos preparar con tiempo y planificadamente porque a la cancha no entramos sino cuando lo marque la fecha del fixture sorteado. Pero, en la vida real las contradicciones estallan, no tienen fixture y nosotros no podemos mirar el partido desde la tribuna. ¡No!, la historia no se resuelve en una jornada ni nada ni nadie nos puede asegurar que se tratará de un curso ejemplar y victorioso, sin errores ni derrotas, que las hubo y las habrá. Además eso no define de manera exclusiva la justeza de una concepción política.


Pero Grompone no se detiene en la revolución rusa, coherente en esta ocasión, hace extensiva su condena a todos los movimientos revolucionarios y a todas las revoluciones que osaron ir más allá de los límites establecidos por el mundo burgués. ¿Puede haber mejor manera de hacerle el trabajo a la burguesía? ¡En el siglo XXI y con la promesa de que el paraíso sobrevendrá aproximadamente en el 2060!: “la revolución china violó lo que decía el movimiento comunista y se basó no en el proletariado sino en los campesinos. Y ahora es la segunda potencia imperialista del mundo, con posibilidades de llegar a ser la primera en cualquier momento. Salvador Allende también fue víctima de esa ilusión y la experiencia terminó violentamente. El capitalismo le dijo, no señor, esto no se puede hacer. ¿Qué le pasó a Cuba? Hicieron una revolución de tipo socialista y sobrevivieron porque era una isla, pero hay que ver en que está terminando”.


Dos comentarios laterales. En cuanto al proceso chileno, Grompone se expresa con cierta ambigüedad que puede llevar a malentendidos a un lector distraído o inexperiente. Hay aquí algo de aquello de convertir a la víctima en responsable de su condición o de hacerle compartir la responsabilidad. Es cierto, tímidamente aparece la responsabilidad de la contrarrevolución: “esto no se puede hacer”. Pero, esto nos conduce a otra disgresión, la burguesía siempre nos va a decir sobre el socialismo (e incluso sobre la profundización popular de la democracia), “esto no se puede hacer”, ni en Chile en el año 73, ni en Uruguay, ni tampoco, que no se haga ilusiones Grompone en los años 60 del presente siglo. Volviendo a Chile, más firme aparece la "culpabilidad" de la víctima que no parece haber sido tan víctima del fascismo como “víctima de esa ilusión”.


¿Y en cuanto a Cuba?. Sobrevivió “porque era una isla”. ¡Qué superficialidad!. O sea, que el camino sería comenzar a construir el socialismo en las islas; Japón podría ser un buen experimento. ¡”Hay que ver en qué está terminando”!. Como dice la canción, “no rempuje compañero” que hace un cuarto de siglo que se está pronosticando “como está terminando” la revolución cubana y nosotros perdiéndonos el espectáculo. Grompone debería aplicar la prudencia con la que espera el 2060 en sus juicios políticos e históricos.


En realidad Grompone condena todo lo que se “movió” en el siglo XX más allá de lo permitido por la clase capitalista, por el gran capital transnacional, todo aquello que se aventuró más allá del mundo burgués. De esta manera, se enfrenta con todo el siglo XX, con el siglo más democrático de la historia de la humanidad. O sea, con el siglo que fue testigo por primera vez del protagonismo político de las masas populares, de la lucha de las clases subalternas con pretensión hegemónica, por su hegemonía ético-política. Para él decenas y decenas de millones de obreros y campesinos, centenares de millones de campesinos y trabajadores chinos, o vietnamitas, o de África o el mismísimo pueblo cubano se equivocaron.


El marxismo sostiene que el hombre solo se plantea tareas para las cuales ya están creadas las condiciones para su realización, este protagonismo de los trabajadores y de las clases subalternas; en fin, todo el siglo XX desde la revolución rusa es prueba y confirmación de esta tesis marxista. La historia de ese siglo nos enseña sobre el protagonismo de los trabajadores por la liberación nacional, la democracia y el socialismo. Grompone parece pretender que el presente siglo se encauce por los límites fijados por su sistema de ecuaciones.


Sin embargo, Grompone insiste con un par de viejos y trillados dogmas productos de la incomprensión del marxismo, de la dialéctica y del mismo concepto de praxis; en su origen, también producto de la vacilación y la conciliación política. Incapaz de deshacerse de los mismos, concluye entonces:

Lo que estaba equivocado era el pensamiento de Lenin. Lo que fracasó es la idea de que es posible construir una sociedad nueva mientras el capitalismo mantiene su pujanza”.


Lo que subyace aquí son dos esquemas antimarxistas productos de una lectura literal y no práctico revolucionaria del marxismo.

La época revolucionaria se abre cuando el desarrollo de las fuerzas productivas alcanza un nivel en que chocan con las relaciones de producción dominantes. En primer lugar, la aparición del marxismo es en sí mismo la expresión de que esta contradicción ya se había producido, el marxismo la hace consciente, explícita, es su expresión ideal; de lo contrario no hubiera sido más que otra tendencia de las corrientes utópicas. Pues, según la tesis de Marx y Engels: “la humanidad se plantea siempre sólo aquellos problemas que puede resolver”. Es decir, la época revolucionaria ya estaba abierta y toda la vida de Marx y Engels, su práctica política lo atestigua. ¡Esto en la segunda mitad del siglo XIX!. ¿Y en pleno siglo XXI aún lo dudamos?


Más aún, si el hombre se plantea problemas sobre los cuales la realidad ya ha “creado” las condiciones para su resolución, el surgimiento de la teoría marxista, de la concepción sobre la superación del capitalismo por excelencia es la expresión de que dichas condiciones ya existían. Si en el siglo XIX existía “un nivel” de desarrollo de las fuerzas productivas, si la evolución del capitalismo ya permitía plantearse la perspectiva de la revolución socialista sobre bases científicas, ¿qué diría Marx del siglo XX, precisamente del siglo de la revolución científico-tecnológica y del siglo XXI? ¿Qué pensaría de quienes nos convocan a la prudencia, a no aventurarnos al abismo, a esperar el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas adecuado y que el capitalismo deje de ser “pujante”?

Pero además, ¿cuál es este nivel?. Marx nunca lo estableció ni se preocupó por tal trivialidad. Por otro lado y contribuyendo a despojar el pensamiento de falsas verdades repetimos: Lenin jamás pensó en construir el socialismo en las condiciones de Rusia. Lenin sostuvo que la revolución la podía, y debía, dirigir la clase obrera aliada a las clases subalternas de la sociedad (la cuestión de la hegemonía) y tomar el poder político, que no había ninguna imposibilidad de hacerlo y promover el desarrollo de las fuerzas productivas desde el poder. A tal punto no había impedimento alguno que así sucedió en la vida real y, por si no alcanzara con Rusia, el “escándalo político y teórico” se expandió por todo el mundo y abarcó a una tercera parte de la humanidad. ¡Qué muera la realidad, viva nuestras verdades!


¡Estos sí que son dogmas! ¿Dónde está la renovación?

¿Todo fue producto del aventurerismo, de la imprudencia y el voluntarismo de Lenin y los bolcheviques?. Difícil de sostener. El subjetivismo y voluntarismo son inseparables. Este fenómeno político ocurre cuando una pequeña minoría, una organización política que no ha consolidado y desarrollado su influencia ideológica-política sobre las grandes masas del pueblo confunde sus anhelos, su experiencia, sus objetivos con los de aquella. Identifica el nivel de conciencia política de las masas populares con los propios y pretende, confía, en que estas responderán de acuerdo a la conciencia revolucionaria de la organización política. O sea, se sobrestiman los factores subjetivos. Sin embargo, no se trata más que de una minoría aislada que no ha sabido aprender del pueblo y, por lo tanto, es incapaz de dirigirlo. El resultado es conocido; el aislamiento de los “revolucionarios”, su derrota, la catástrofe y el desastre político.


¡Qué abismo con la experiencia del bolchevismo! ¡Se trata de dos mundos!. El leninismo es ajeno al aventurerismo, a la “imprudencia”, al desprecio por las masas; en fin al voluntarismo. ¿Cómo explicar sino que las más amplias masas del pueblo ruso hayan acompañado al bolchevismo por los caminos más áridos y duros?


La respuesta: sobre la creación de una nueva hegemonía ético-política se construyó un nuevo consenso social. Y, para un marxista, esto tiene solo una explicación posible: ya existían, ya se habían creado las condiciones materiales para la hegemonía de una nueva clase y para el consenso político-social correspondiente. ¿Esto quiere decir que la experiencia no puede retroceder, incluso ser derrotada, en la propia lucha y por la dinámica de la correlación de fuerzas o por los propios errores, etc.?. Por supuesto que sí, pero esto no tiene nada que ver con el asunto. No invalida la experiencia ni su validez histórica y política, ni el salto político, social y cultural que produjo, ni la concepción teórica política que la parió. En absoluto, esta praxis puso en movimiento toda la historia y esto sí que significó “aceleración de la historia”. Por el contrario, enterró todas las “teorías” que hoy se desentierran aquí y allá con maquillajes ordinarios y pretensión de novísimos descubrimientos de las ciencias sociales. Lo mismo se podría decir de los cientos de millones de chinos o vietnamitas que adquirieron protagonismo histórico no como fuerza subordinada, secundaria de la historia, sino como fuerzas directoras, hegemónicas; es el legado político y teórico de Lenin.


¿Y qué decir de Cuba? Aislada y hostilizada por más de un cuarto de siglo y no la han podido derrotar. ¡Porqué es una isla! No; porque hay un consenso político-social que ha pasado todas las pruebas y, suponemos, que ningún “marxista” estará expectante de que al fin logren resquebrajarlo para “probar” sus “teorías”.


Si no viviéramos la época de las revoluciones socialistas, más allá de flujos y reflujos, etapa histórica en que las condiciones materiales para el socialismo están presentes, todos estos procesos hubieran sucumbido en su génesis, en el mejor de los casos. No se hubieran consolidado estos consensos a nivel de enormes masas. Las condiciones materiales existen, falta el actor que Grompone desprecia, el que cumplió e indefectiblemente tendrá que volver a cumplir la XI tesis sobre Feuerbach: no el movimiento ciego de las leyes objetivas, sino la acción consciente de los trabajadores y los pueblos.


Unas palabras sobre la “pujanza” del capitalismo. “No se puede construir la sociedad nueva mientras el capitalismo mantiene su pujanza”. No se trata de un problema teórico sino práctico e histórico. Esta afirmación es una especulación teórica, mientras la humanidad ha intentado a lo largo de un siglo entero construir una “sociedad nueva”. ¿Cuáles son los fundamentos de esta afirmación? Lo que subyace es, una vez más, una visión abstracta y lineal, la idea del advenimiento de la catástrofe del capitalismo como consecuencia de la acción de fuerzas objetivas, de sus leyes. Se asumen literal y unilateralmente algunas expresiones de Marx y Engels. Desaparece lo que es propio de la historia del hombre: la subjetividad, la acción creadora del hombre. O, en el mejor de los casos, se la concibe como un puro reflejo mecánico del desarrollo objetivo del capitalismo. Ningún modo de producción desaparece por sí mismo, por su desenvolvimiento objetivo (ni siquiera la desaparición del imperio romano sería explicable sin las “invasiones”). Además, en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX el capitalismo se encontraba “pujante” y “expansivo”. La Primera Guerra Mundial y la crisis del 29 cambiaron esta imagen del capitalismo, incluso no faltaron políticos y pensadores burgueses que se plantearan la conveniencia de tomar en cuenta la experiencia soviética sobre la planificación de la economía y el papel del estado. A la Segunda Guerra Mundial siguió un nuevo período de prosperidad, de “pujanza” y “expansión” que se cortó a principios de los años setenta y así sucesivamente. No es que el capitalismo dejará de ser “pujante”, en un momento determinado, por el contrario, esta alternancia de fases hace a las características de su propia evolución. Una vez más, se trata de una tendencia. De nada vale aquí el criterio individual, subjetivo, sino que se impone la perspectiva histórica y política. Seguramente, los contemporáneos de la expansión capitalista en el mundo entero, en las últimas décadas del siglo XIX lo verían tan “pujante” y omnipotente, tan “expansivo” como hoy se lo imagina Grompone (y no solo él).


Grompone recuerda la tesis marxista:

Ahora, la mala noticia es que el capitalismo está más pujante que nunca. La buena es que cuanto más pujante más se acerca a su fin”.

Pero aquí, la profunda y riquísima tesis marxista se transforma en una abstracción, en una idea muerta. La “pujanza” y el fin; la prosperidad y la crisis, la “expansión” y el abismo del capitalismo no están separados por una frontera infranqueable, no se trata de dos términos abstractos sino de procesos reales entrelazados indisolublemente que interactúan provocando, no una relación metafísica entre procesos acabados, sino una relación dinámica de procesos que se producen en la vida real. No es que primero viene la “pujanza” y después el fin. Y en este momento estallará la revolución, aparecerá en la escena histórica el “sepulturero” que estaba agazapado y expectante tras bambalinas. Esto tiene poco que ver con la tesis marxista. El fin está implícito en la “pujanza”, marchan como un proceso único, la pujanza supone el fin y el fin es producto de la pujanza y, como posibilidad histórica se desarrollan de manera simultánea, las contradicciones y las crisis estallarán en cada momento. No existirá un fin, en cualquiera de estos momentos puede aproximarse el fin del capitalismo; cada revolución triunfante ha sido (y será) un anticipo, una preconfiguración de ese fin, que no llegará en “una jornada”, en un momento, es un proceso. Pero para que esto ocurra es necesario, imprescindible, ubicar en la escena histórica un actor siempre presente que, en la “teoría” de Grompone desaparece como consecuencia de la subestimación del elemento subjetivo (la otra cara de la misma moneda, al dorso está el voluntarismo): la acción consciente de los trabajadores y los pueblos. En la teoría de “la aceleración de la historia” este actor no aparece pues es innecesario; primero viene la “pujanza” después el fin. Con suerte, cuando “empiece” esta segunda etapa el verdadero protagonista de la historia entrará en escena, mientras tanto hay que evitar su protagonismo, su “imprudencia” y el caos correspondiente (cuando el populacho interviene todo se arruina, decía Voltaire). Pero de esta manera, curiosamente, la teoría de “la aceleración de la historia” parece devenir “desaceleración” de la historia. Y esto es así porque, más allá de intenciones, la teoría de “la aceleración de la historia” provoca, convoca a la pasividad del demiurgo de la historia o, en el mejor de los casos, a una acción estrecha y limitada, subordinada, por lo menos hasta acercarnos al 2060. Después habrá que ver cuánto cuesta a las futuras generaciones de revolucionarios, tras medio siglo de pasividad y consumismo material y ético, liberar a las masas de la alienación y elevarlas de la conciencia servil a la conciencia revolucionaria.


A riesgo de ser reiterativo: las leyes sociales son tendenciales. Es decir, no es que algún día la sociedad burguesa quedará absolutamente dividida en dos clases; burgueses y asalariados. No; por otra parte así como el capitalismo tiende a destruir la pequeña propiedad, en diferentes momentos en ciertas ramas económicas la recrea parcialmente. No es que algún día la tasa de ganancia será inexistente, el capital conoce los mecanismos (e inventa nuevos) para contrarrestar u obstaculizar dicha tendencia. El capital evoluciona hacia una creciente concentración, centralización e internacionalización, lo que no significa que llegará un momento en que el mundo capitalista este gobernado por un gran “supermonopolio mundial”. “La pujanza” del capitalismo conduce a su fin; lo que no significa que seremos testigos del espectáculo de como se despeña al abismo por la acción de sus propias leyes o de como ante tal emergencia surgirán unos “sepultureros” pertrechados vaya a saber de qué experiencia de lucha, de qué acumulación política, de qué conciencia crítica.


Es que ningún modo de producción basado en la explotación se autocritica ni se suicida ni muere solo. Es superado sobre la base de sus propias contradicciones, pero la tarea decisiva, principal, es la del hombre, la de los pueblos; por las revoluciones o por las hostilidades e invasiones externas, etc. La burguesía como toda clase dominante, ha demostrado ser capaz de contrarrestar, de detener momentáneamente estas tendencias. ¿Quién garantiza que cuando “converjan las ecuaciones” de Grompone la burguesía no podrá crear los mecanismos y las políticas para contrarrestar, incluso parcialmente, sus resultados? Solo la acción consciente de los trabajadores y las clases subalternas puede superar al capitalismo y no existe ningún impedimento ni excusa para postergar esta tarea. No hay necesidad ni conveniencia alguna para la pasividad, para “no moverse” con la expectativa y la esperanza puesta en el mágico y quimérico 2060, más que provocar la inexperiencia, la alienación, el servilismo y el espíritu oportunista. Más que asegurar la incapacidad de los trabajadores y los pueblos para cumplir su tarea histórica. Esto es otorgarle al capitalismo un salvoconducto para postergar su muerte.


Que no se me adjudique aquí la idea trivial de que propongo abocarnos a la revolución socialista como tarea inmediata a nivel internacional, como tarea general, que pronostico la próxima caída del capitalismo. Nada de eso. Lo que aquí está planteado es que la revolución socialista es una tarea presente desde hace más de un siglo en el mundo. Que en esta o aquellas condiciones surjan procesos con una perspectiva superadora del capitalismo, socialista, es inevitable y condenarlos con el argumento de que aún no están dadas las condiciones, de que el capitalismo es “pujante” y aún pueden desarrollarse las fuerzas productivas en su seno es ajeno al marxismo y, a esta altura, reaccionario. Que durante más de un siglo decenas y centenares de millones de seres humanos hayan abrazado la causa del socialismo no es una especulación, una discusión abstracta, sino una cuestión práctica, el proceso histórico real, la vida misma. Que decenas y millones de seres hayan emprendido semejante faena, que se hayan planteado este objetivo como cuestión práctica, es la demostración incontrastable de que ya estaban (y están) creadas las condiciones objetivas para su resolución, según la tesis de Marx y Engels (y aquí no tiene nada que ver, por el contrario es parte del proceso mismo, que se hayan cometido errores o se hayan sufrido derrotas en esos primeros intentos).


¿Qué fundamentos teóricos subyacen en la teoría de Grompone?.

Un criterio cientificista y determinista típico del positivismo. Una incomprensión de la dialéctica que le impide asimilar que la determinación de las condiciones materiales es siempre “en última instancia”, que de otra manera, sería imposible la acción creadora y libre del hombre. Y, finalmente, consecuencia ineludible de estas premisas un punto de vista evolucionista producto del unilateralismo contrapuesto a la concepción revolucionaria, a la dialéctica revolución-evolución, evolución-revolución.


II) Gonzalo Pereira


El compañero Gonzalo Pereira ha iniciado una serie sobre “la actualización ideológica del FA”. Haremos referencia a los artículos 1 y 2 de la serie. (1)

Pereira comienza planteando ciertos elementos teóricos, ideológicos, políticos generales, para luego detenerse en aspectos específicos relacionados con los gobiernos del FA. Tal parece ser la forma dada al trabajo. Sin embargo, hasta ahora no me ha convencido la relación directa y necesaria que establece entre otras concepciones ideológicas y políticas divergentes con la suyas y aquellos aspectos específicos de los gobiernos del FA.

El marco teórico e ideológico del compañero parece poder sintetizarse en tres fundamentos básicos. Esta tríada es la siguiente: 1) la caída del “socialismo real” y el contexto mundial surgido tras este acontecimiento, 2) “la lógica de la guerra” y 3) la perspectiva de un capitalismo cuyo agotamiento exigiría para las fuerzas de izquierda y revolucionarias que se le acabe una larga “cuerda” (¿siglos?).


En cuanto a su primera premisa, dice:

No existe hoy una opción alternativa al capitalismo pues la abandonaron los protagonistas del “socialismo real” y despareció la URSS, por tanto, todo apoyo material y concreto para una opción socialista en un país como Uruguay”. Y en el caso específico de nuestro país, agrega: “Además, el Frente Amplio, llegó al gobierno nacional por la vía electoral (“la deseada”) y no por la vía armada (“la más probable” según tesis elaborada en la era bipolar), y la lucha contra la dictadura que consolidó la democracia y el cumplimiento de la Constitución por parte de todos”.


Por cierto, es indudable la observación del compañero Pereira sobre el carácter negativo para las fuerzas de izquierda y revolucionarias de los cambios de la correlación de fuerzas a nivel planetario y como el nuevo escenario debe afectar necesariamente la estrategia, los ritmos, etc., de los procesos de cambio y no sólo de aquellos con perspectiva socialista, sino incluso la lucha por la liberación nacional y la democracia. No advertirlo sería un grandísimo error político. Sin embargo, esto no impone necesariamente el inmovilismo, la falta de audacia o una práctica limitada y estrecha de típico cuño liberal. Pero, además, el compañero realiza una precisión muy acertada, “en un país como Uruguay” sería muy difícil en la actual correlación de fuerzas una opción socialista sin contar con “el apoyo material y concreto” de países más desarrollados y poderosos. Planteo muy atendible si tomamos en cuenta las dimensiones de nuestro país, lo reducido de su población, la estrechez del mercado interno, el subdesarrollo, etc. Difícil, lo que no obsta la posibilidad y la necesidad histórica de transitar ese camino si en un momento cristalizan las condiciones; más vale no rehuir la posibilidad y que las masas realicen semejante experiencia, más allá de la posibilidad de la derrota, del fracaso (que, por lo demás, siempre existieron, existen y existirán), que paralizarse ante las fórmulas teóricas y la “prudencia” política.


Pero, en la afirmación de Pereira va de suyo que la opción socialista no debería descartarse de plano en todos los países, en especial los desarrollados o grandes países, etc., y que en caso de triunfo de la “opción socialista” en estos países se abrirían mayores posibilidades para nuestro país. Quizá no se trate más que de especulaciones, pero lo que está claro es que la opción socialista no está descartada de plano y, especialmente, que no hay lugar para el inmovilismo que algunas corrientes teóricas y políticas promueven.


Posteriormente, Pereira se afirma en la realidad uruguaya y en su historia reciente. Sostiene que el FA llegó al gobierno “por la vía más deseada” y no “por la más probable”. O sea, por la vía electoral. Y agrega: “según tesis elaborada en la era bipolar”. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué esta tesis era producto y válida sólo en la “era bipolar”?

Esta tesis se basa en su fundamento teórico más general en una ley marxista: ninguna clase entrega el poder buenamente. De la misma se desprende la dialéctica de revolución y contrarrevolución. Sobre esta ley actúa una definición marxista basada en fundamentos humanistas, en la dialéctica de estructura y superestructura y de contenido y forma: las vías son variadas y no hay que descartar ninguna de manera general,deseando siempre la menos dolorosa y los caminos legales y pacíficos.


Sería redundante detenerse a demostrar la validez universal de esta ley. Alcanzaría con recordar los intentos fracasados del bolchevismo por transitar “la vía más deseada”, pacífica, cerrada por la contrarrevolución “korniloviana” primero y otros ataques posteriores. O “la vía original”,“deseada” en la Hungría de 1919. O el acceso al gobierno por vía electoral en España y el fin de esta experiencia, que valga la aclaración, no invalida de antemano ninguna vía.


En América Latina, la lista sería interminable, ya en la primera mitad del siglo XX antes de la “era bipolar”. Como ejemplo podríamos citar en Cuba la “revolución del 33” o el proceso fracasado de democratización en Guatemala que se inicia antes de la guerra fría y que comienza a ser hostigado desde el principio más allá de que, finalmente, la invasión se produce en plena “era bipolar”.

Todos estos procesos tienen el mismo desenlace y son previos a la guerra fría.


Otro tanto se podría decir del proceso chileno, ahora sí en plena “era bipolar”, a no ser que se responsabilice a la víctima por ejercer su derecho legítimo y la libertad, por querer ir más allá de “lo posible”.

Sin embargo esta tesis no dejó de ser válida en la “época pos-bipolar”. Tal afirmación la confirman una serie de procesos y episodios en diversos países latinoamericanos en el último cuarto de siglo. Es cierto, en estos tiempos el imperialismo los ha hecho menos escandalosos, más digeribles, en muchos casos los ha travestido con alguna apariencia de legalidad y legitimidad invisibilizándolos para algunas miradas. El ejemplo más claro y grosero es el venezolano. En ciertos aspectos similar al chileno (más allá de la valoración política que se tenga del “Chavismo”), un movimiento que accede al gobierno por la vía electoral, “la más deseada”, pero que no logra evitar la reacción contrarrevolucionaria e imperialista expresada en el golpe de estado del 2002. Con la diferencia que el gobierno electo logra derrotar a las fuerzas contrarrevolucionarias y, comentario aparte, esto fue posible por la comprobación de una tesis marxista-leninista hoy despreciada: las fuerzas progresistas contaban con el apoyo y la dirección del aparato coercitivo, por supuesto, sobre la base del apoyo de la mayoría del pueblo.


Esto ocurrió en la “era unipolar” y no en la “bipolar”. Y no deberíamos descuidar otros acontecimientos en curso que intentan detener o, directamente, interrumpir procesos democratizadores y progresistas; tal el caso brasileño, precedido por el paraguayo. Aquí se utilizan métodos relativamente “nuevos” con aparente legitimación legal. Pero el objetivo y los resultados son los mismos: impedir y obstaculizar el camino “más deseado”. Aún no sabemos cuáles serán las consecuencias y el desenlace de estas acciones. Pero la tesis es válida antes, durante y después de la “era bipolar”. Más aún, en la “era bipolar” la vía “más deseada” extendió sus posibilidades de éxito precisamente por la correlación de fuerzas creada a nivel mundial más favorable para las fuerzas democráticas y revolucionarias que las existentes en la primera mitad del siglo pasado. Pero, que en la nueva época se haya accedido al gobierno por vía electoral en varios países de nuestro continente por ejemplo, ¿significa que hay mejores condiciones para la vía electoral, legal, pacífica, o sólo significa que los nuevos gobiernos son más o menos tolerables por la contrarrevolución en tanto no osen aventurarse más allá de lo permitido?. Y, en ocasiones ni siquiera tanto. ¿Tiene tanta “cuerda” el capitalismo o este es el argumento para auto convencernos de que no debemos sobrepasar los marcos establecidos por el gran capital?


Reafirmamos entonces la validez actual de la tesis, porque los elementos que se han tomado en cuenta para definir la vía “más probable” y la “más deseada” no están ligados directamente con el mundo “bipolar”, sino con elementos más permanentes. En el fondo rige y no pierde vigencia la ley histórica marxista sobre el carácter irreconciliable de la lucha de clases y sus consecuencias. La tesis sobre las vías refiere a la realidad latinoamericana a partir de aquella ley marxista, es su aplicación a la realidad concreta de nuestro continente. La misma toma en cuenta elementos específicos ajenos o no necesariamente ligados a las características del “mundo bipolar”. Por ejemplo, el carácter avanzado de la revolución latinoamericana producto de su desarrollo histórico, del carácter capitalista que “tempranamente” adquiere su evolución, la dependencia del imperialismo norteamericano, el carácter y la agudeza de las contradicciones que derivan de esta realidad, etc. El protagonismo de las clases subalternas como fuerzas que bregan por la dirección de los procesos, la facilidad con que reaparece la cuestión del socialismo, etc., habla de la vigencia de esta definición, incluso en nuestro tiempo. Y otros elementos como la hipertrofia de los estados y, ni más ni menos, que el papel del imperialismo de los Estados Unidos en nuestras tierras. Todos elementos, generales y específicos, que van más allá de las consecuencias del “mundo bipolar” y que no se entiende como pueden ser despreciados hoy cuando los EEUU actúan con las manos libres cometiendo todo tipo de crímenes y fechorías en el mundo.


¿Quiere decir esto que rechacemos la vía “más deseable”? En absoluto, todo lo contrario. Pero tampoco esto debe ser convertido en un dogma, so pena de renunciar a los objetivos proclamados (que no son el socialismo, sino una verdadera profundización de la democracia con fuerte contenido popular, pero que hasta ahora no tenemos noticias de que el capitalismo y el imperialismo hayan actuado con consideración respecto de tales objetivos que no sobrepasan las relaciones capitalistas).


“El respeto de la constitución por parte de todos” es un objetivo compartible en general, perseguido por la izquierda uruguaya. Pero detenerse e inmovilizarse ante el mismo es asimilar un dogma liberal que sólo puede provocar atarse las manos y la renuncia a los objetivos.


¡Qué el compañero Pereira nos ilustre sobre un solo caso en la historia del capitalismo en el cual haya regido este verdadero dogma, sin que las fuerzas del cambio hayan rebajado sus objetivos a lo tolerado por las clases dominantes y el imperialismo! ¡Y no es necesario tomar ejemplos de revoluciones socialistas para comprobar esto! Esto puede ser una ilusión muy bien intencionada, pero no es más que la confusión de nuestros deseos con la realidad. ¡Y esto también es voluntarismo! Y probablemente provoque las mismas consecuencias negativas de todo voluntarismo. Y es dogmatismo, pues es una “verdad” que se trata de imponer a la realidad, al proceso histórico.


Sobre la cuestión del socialismo y el Frente Amplio el compañero Pereira acierta doblemente. En un párrafo de “la actualización ideológica del FA 1” explica la diferencia en la realidad, entre modo de producción y formación económica-social y sus consecuencias políticas. Es una observación necesaria. La necesaria diferenciación entre ambos conceptos no responde a una exquisitez teórica sino político-práctico, a la aplicación de la dialéctica de lo general y lo particular; porque como repetía Lenin “el fenómeno siempre es más rico que la ley”.


Y, al final del párrafo, sobre la observación precedente fundamenta la acertada política del FA en su nacimiento:

Por eso su programa fundacional fue democrático liberador y no socialista; lo sabían quienes creían en el socialismo y no se propusieron imponerlo. El término socialismo referido a Uruguay no existe en aquellos documentos de 1971. Ahora; con la desaparición del campo socialista -el intento al que hemos hecho referencia rechina”.


Es cierto, el FA nunca se planteó el objetivo del socialismo. Más aún, el programa del FA era más limitado que el de su homólogo chileno de aquellos años, la UP; y esto era justo, no se trataba de que la UP fuera más radical, este planteo sería una tontería. Ambos movimientos expresaban lo más radical de acuerdo a la realidad a la que cada uno debía dar respuesta.

También se puede coincidir con el punto de vista de que sería incorrecto plantearse el objetivo socialista como tarea inmediata. Precisamente, el cambio negativo de la correlación de fuerzas a nivel internacional y el retroceso político, ideológico, cultural en general, a nivel de masas así como de la propia izquierda, a nivel de su acción política, organizativa, la indiferencia por la militancia, el empobrecimiento de la elaboración teórica e ideológica con sus consabidas consecuencias (el arribismo desenfrenado, la burocratización, el caudillismo, en fin, la descomposición general); nos advierte sobre la necesidad de posibles etapas previas.


Sin embargo, el cuadro no estaría completo sólo con esto. Se perdería el dinamismo que llevó a la fundación del FA y del contexto nacional y regional. No sería correcto olvidar la elevación del nivel de conciencia política e ideológica de amplísimas masas, el surgimiento de una nueva forma de vida y la cultura militante, el desarrollo organizativo a nivel social y político, el creciente papel protagónico de la clase obrera y su influencia en otras capas sociales, el movimiento estudiantil y la juventud (tan afines al marxismo, al marxismo-leninismo y a las ideas socialistas en general). No apreciar el peso concreto de los partidos y movimientos de izquierda con ideología socialista en la organizaciones sociales más combativas, en los militantes y los cuadros, en su capacidad organizativa y de organización, en tanto eje de la elaboración teórica y política que estaba forjando una nueva cultura en amplios sectores, no sólo de la clase trabajadora, sino del movimiento estudiantil, la juventud, la intelectualidad, los artistas, los sectores de la cultura en general y que se expandía a nivel de las capas medias. No integrar el cuadro regional; similar proceso que, más avanzado o con más retraso, se desarrollaba en los países del continente sobre la base de la agudización de las contradicciones económicas, sociales, políticas, culturales, nacionales, etc.


En fin, también es cierto que en ningún papel se establecía (no tendría sentido) los ritmos del proceso, no podía definirse a qué rumbo llevaría y qué consecuencias podría generar la concreción de ese “modesto” programa nacional y democrático. Lo que estaba definido era que su aplicación no se detendría y que el futuro, en última instancia, lo iba a definir el grado de compromiso, conciencia, organización y lucha de las masas populares. Hoy, como en todo proceso histórico-político, con el actual programa, la suerte del proceso se va a definir por similares condiciones a nivel popular. Salvo que, de antemano, tengamos definido detenernos ante lo que indica la “realidad objetiva” que, en verdad deberíamos transformar (por lo menos intentarlo; recordemos aquello de que una experiencia histórica del pueblo, un paso del movimiento, vale más que “mil programas”). Esto no significa que dirijamos irresponsablemente, pero tampoco que podamos detener o, peor aún, hacer retroceder los procesos históricos en espera de las condiciones óptimas que nos garanticen la victoria.


Pero, considero que la dificultad para compañeros como Pereira, no pasa por derrotar o rebajar la influencia de compañeros o sectores “radicalizados”, “infantiles”, “ortodoxos” o “dogmáticos”. ¡No!, la dificultad está en ellos mismos. La dificultad está en que no tienen nada que ofrecer desde el punto de vista político-ideológico a quienes se acerquen a la acción política con ánimo de transformar la realidad. Hay una absoluta orfandad ideológica y política desde el punto de vista revolucionario. Por eso es posible que cualquiera llene ese vacío…


Ante la desaparición del “socialismo real” Pereira nos propone un enfoque sobre “el significado del vendaval producido por la desaparición del “socialismo real” y las “verdades reveladas”” titulado “tirar el lastre inútil”. Y, parece ser, que el “lastre” sería entre otros: la propiedad estatal como forma de propiedad social y la planificación de la economía, el rápido tránsito al socialismo a partir de las transformaciones democrático-liberadoras, la reforma agraria como tarea principal; y el partido de la clase obrera como “cuestión cardinal” de la revolución.


Dejemos de lado el problema de la propiedad estatal y de la reforma agraria; fueron, sin duda, definiciones políticas fundamentales, pero no son cuestiones ideológicas y teóricas que pongan necesariamente en entredicho la concepción en sí misma. Pueden discutirse estos aspectos e incluso llegarse a acuerdos. Pero, que la desaparición del “socialismo real” conlleve necesariamente a la negación del tránsito “de pasada” de la revolución nacional-democrática al socialismo habría que demostrarlo. El compañero Pereira se inquieta, en un razonamiento bastante discutible desde el punto de vista filosófico, porque no encuentra respuesta a su pregunta: “¿cómo es posible que la desaparición de lo “real” del socialismo no fue asumida por el pensamiento comunista y por vertientes socialistas?”. Por el contrario, uno se asombra: ¿cómo el compañero Pereira niega lo “real” del tránsito al socialismo “a partir de las transformaciones democrático-liberadoras” que ocurrió ante los ojos de la humanidad en todo el planeta durante el siglo XX?


Y esto ocurre porque el compañero cree que se trata de un problema económico y que sólo se verificaría si diera como resultado la victoria inmediata y definitiva (en este error, en cierto sentido, probablemente, caímos todos), pero es un problema político, de hegemonía. No hubo ni habrá una transformación democrática-liberadora consecuente (esto quiere decir desde hace largo tiempo, con contenido popular), sin hegemonía de la clase trabajadora y las clases subalternas. Los ritmos no son lo definitorio, la cuestión es la lucha, insoslayable para la humanidad desde hace más de un siglo por esta hegemonía, y la misma nos sumerge en la cuestión del socialismo, por más que no se rompa definitivamente con el mercado, la propiedad privada, la inversión extranjera, etc.


La cuestión es; ¿Quién dirige?


Cuestión esta aparentemente tan lejana y, sin embargo, tan cercana a nosotros. Pues, en este triste proceso, al borde del abismo y, al mismo tiempo, maravilloso y esperanzador, esta cuestión es la que subyace. El FA es una fuerza de profunda raigambre popular que aún no ha perdido, y será difícil que la pierda, que además está en el gobierno, dirige una parte fundamental del estado y tiene la capacidad para influir aún en la mayoría absoluta de la población.


¿Cuál es la cuestión política fundamental que está planteada?


Mantener la dirección popular a través de su expresión política y la relación dialéctica de ésta con las organizaciones de masas de las clases subalternas y seguir avanzando. ¿Hacia dónde?, En dirección de la tesis leninista. Que me señale Pereira otro camino extraído no de sus deseos, de su desilusión, de su cabeza; sino de un siglo de experiencia de la humanidad, de los trabajadores y de las masas populares de todos los continentes. ¡Que nos señale qué está en juego hoy en nuestro proceso, desde Venezuela hasta Uruguay, desde Bolivia hasta Brasil!


¿Que el partido de la clase obrera no es el “problema cardinal” de la revolución? ¿Que esta tesis fue negada por la derrota del “socialismo real”? ¿Cómo? ¿Por qué? Si la victoria o la derrota es la palabra inmediata y última para variar o descartar una teoría o una tesis según Pereira, habría que compaginar esta posición con el proceso histórico uruguayo de la segunda mitad del siglo XX. Pues la tesis sobre el problema “cardinal” es una tesis del PCU. Y la gran tarea que se impuso este partido fue la unidad popular y la expresión política de la misma.

Léase en el proceso histórico concreto: la unidad de la izquierda, la creación del FA. Prever es dirigir decía Martí, ¿algún sector o movimiento lo previó antes que el PCU?. ¿Desarrolló una estrategia y una táctica tan firme, coherente, pertinaz y sistemática (no sin errores, por supuesto), en consecución de tal objetivo?. ¿No es el FA el avance revolucionario más importante de la historia del Uruguay en el siglo XX?


¿No es la expresión política e independiente de las masas populares presas de la hegemonía de las clases dominantes desde la derrota del artiguismo?. ¿Por qué y cómo la caída del “socialismo real” niega esta tesis?. ¿O será, en todo caso, que el “socialismo real” cayó porque los partidos dejaron de cumplir su función hegemónica, de dirección, para convertirse en instrumentos exclusivamente de coerción y, por lo tanto, de la burocracia?. Entonces, por el contrario, la caída del “socialismo real”, ¿no confirmaría esta tesis?. En lugar de la “pereza intelectual” para encontrar la salida rápida a cualquier costo, ¿no sería más sano una verdadera autocrítica que supone no negar y evadir la tarea?


El problema parece ser que la revolución socialista triunfó y luego se vino abajo. Ahí está la cuestión. No habría que haberla hecho. ¿Dónde se nos ha presentado un estudio, una reflexión sobre el proceso revolucionario?. Se toma como un bloque homogéneo y un proceso lineal. Y cuando esto ocurre no hay otra explicación posible: la causa de la desaparición del socialismo está en su propia existencia, nunca debió haber existido. La revolución no se debió haber realizado. Es un pecado original. Y, partiendo de esta conclusión, no se puede ofrecer nada desde el punto de vista ideológico y teórico; pues esta “conclusión” ya tiene sus teóricos y sus políticos. Ellos no están al final del proceso, sino que estaban al inicio. En todo caso, ellos serían los “renovadores”, hoy sólo existirían difusores retrasados. No hay nada nuevo, sabiduría sobre el “pecado original”, ya estaba escrito “en las sagradas escrituras” de los “santos contempladores” del discurrir objetivo del capitalismo. Ya lo habían anunciado; ¡un siglo tirado a la basura!


Pero, en verdad, la revolución fue un proceso riquísimo y complejo, nada lineal, más bien con muchos vericuetos. Nada homogéneo, sino con muchos frentes abiertos; militares sí, pero también en lo económico, en lo social, en lo político, en lo ideológico. Los primeros pensadores, historiadores, cientistas sociales de la Perestroika intentaron ir más lejos y aportaron mucho más (aportaron mucho más en tanto se plantearon como objetivo la recuperación del pensamiento original y creador de Lenin; las desviaciones que posteriormente sufrió la Perestroika son cuestiones a analizar en otro trabajo).


El otro fundamento teórico de la actualización ideológica propuesta por el compañero Pereira es lo que denomina “la lógica de la guerra”. Aquí tenemos un inconveniente desde el inicio, quizás podríamos decir metodológico y de manejo de las citas. El compañero Pereira cita sin decírnoslo al compañero Seregni, para “descubrir el velo” al final del primer artículo. ¿Cuál era el objetivo de este procedimiento?. Según el compañero: “que las ideas se valoraran más por su contenido y menos por su origen”. ¡Ojo!; que no ha de ser necesariamente negativo e innecesario que se conozcan el origen de las ideas y de las palabras, porque además, por ejemplo, una misma idea en distintos contextos y enmarcadas en concepciones diferentes pueden tener distintos significados y hasta contrapuestos. Entonces, para crearse un juicio crítico serio, resulta que el conocer el origen y el proceso de desarrollo, también en el caso de las ideas, es imprescindible. Pero, aceptemos el ejercicio. Al leer las citas del ignoto “pensador contemporáneo” me formé un juicio del cual no reniego: superficial, pura ilusión liberal, trivial, subjetivismo, supremacía de los deseos y las ilusiones personales en lugar de intentar comprender las contradicciones objetivas para actuar sobre ellas.


Cuando el texto me informa sobre el “origen de las ideas” no cambia mi juicio respecto a lo que está escrito en el artículo, pero entonces la responsabilidad ya no es del compañero Seregni sino del compañero Pereira. Las palabras del compañero Seregni citadas en el 2016 de esta forma y con el objetivo actual del autor del artículo están forzadas, son anacrónicas y están descontextualizadas.

Sin embargo, si releemos las citas pensando en el contexto en que fueron expresadas se nos descubre un hombre de gran sabiduría política.


Un hombre que ante la ofensiva de los sectores más reaccionarios, más oscurantistas, ante la amenaza del fascismo comprende que se amplía el campo de las alianzas en defensa de la democracia y que es impostergable atraer, lograr la escucha de todo lo que sea democrático, se dirige entonces a toda la sociedad, apelando incluso al “sentido común”, a los sentimientos más básicos. No se trata de un oportunista que apela a cualquier medida; se trata de un estratega que desesperadamente intenta que la mayoría de la sociedad, que todos los elementos democráticos, comprendan la tragedia que sobre ellos se cierne.


La supuesta “teoría” no es válida en absoluto para los fines del compañero Pereira. Con honestidad el compañero reconoce en el Artículo II que un amigo, “me advirtió que las citas de Líber Seregni están sacadas de su contexto porque lo dijo en debate sobre el concepto de “guerra interna” que llevó a la dictadura, y no acerca de la lucha de clases;…”. Y concluye que de haber pensado esto, Seregni no habría aceptado la Declaración Constitutiva de 1971.


El compañero Pereira al referirse a la Declaración Constitutiva del FA de 1971 afirma que la misma “presentó la visión de la “lógica de la guerra” a nivel local”…“el Frente Amplio y Seregni en el enfrentamiento al proceso dictatorial” sostuvieron, “la consigna “Oligarquía o Pueblo””, “coherente con tal visión…” reconoce, “lo cual le da la razón al amigo…”, “o al menos parte de la razón”. E inmediatamente en “descargo” de sus dichos plantea dos elementos: “a pesar de que la Declaración Constitutiva aportaba elementos de la “lógica de la guerra”, se apartaba de la guerrilla concreta que ocurría en el país pues su propósito, y su gran logro, fue la constitución de la unidad política”. “Una fuerza pacífica y pacificadora”.


¿Cómo se compagina todo esto?


Aquí la “teoría” de “la lógica de la guerra” resulta ser un pertrecho teórico para enfrentar a los sectores radicalizados y más “infantilistas” del proceso político uruguayo de los años 60/70. Y, por otra parte imponer la estrategia correcta que expresaba la madurez del movimiento popular y de la mayoría de la izquierda: la paz para defender la democracia y el cambio para garantizar la paz y la democracia. Pero, precisamente en el proceso político uruguayo no fue la teoría de “la lógica de la guerra” la que ganó a las amplias masas populares para la unidad de la izquierda, la paz y la democracia; sino la concepción del PCU y, en especial, las enseñanzas políticas e ideológicas de Rodney Arismendi. Lo que no se entiende es por qué el compañero Pereira le da “parte de la razón” a “su amigo”; en realidad tiene toda la razón: las palabras de Seregni se dirigen a la “guerra interna” y no a la lucha de clases, están descontextualizadas. El descargo del compañero Pereira no responde al asunto en cuestión. Es más, al ser cierto lo que afirma Pereira sobre el aporte de la Declaración Constitutiva para el “gran logro” de la constitución de la unidad política de la izquierda, una fuerza revolucionaria y pacificadora, con esto no hace más que confirmar que este “gran logro” se alcanzó, y sólo se podía alcanzar, a través de la comprensión no de la teoría de “la lógica de la guerra”, sino de la teoría de la lucha de clases.


Que me perdone el compañero, pero todas las citas posteriores de Seregni no tienen nada que ver con el problema planteado. Si se quiere abordar la evolución del pensamiento de Seregni se puede hacer, pero la discusión era sobre “la lógica de la guerra” y no tienen nada que ver las citas de las palabras de Seregni en 1972 sobre “la lógica de la guerra” con las palabras de Seregni más de una década después referidas a otros temas. También aquí estamos ante una descontextualización. También es anacronismo; una cosa es el pensamiento y el sentir del General ante la inminencia del fascismo y otra su pensamiento y su sentir, las posibilidades políticas en el contexto de una democracia reconquistada en el país y en la región. Por otra parte, las palabras del compañero Seregni a fines de los años ochenta pueden ser incorporadas por concepciones políticas que niegan la lucha de clases y su carácter irreconciliable, promoviendo una perspectiva conciliadora o por concepciones revolucionarias fundadas en la lucha de clases. El asunto, una vez más, es qué clases sociales dirigen el proceso. Y Seregni era el Presidente de una fuerza política de honda raigambre popular, plebeya.


En párrafos anteriores se hace referencia al pensamiento de Seregni en 1970 “respecto a la contradicción campo socialista vs. campo capitalista”, la necesidad de incorporar en nuestra economía formas de organización y planificación socialista. Pereira dice que el fracaso y la desaparición del socialismo explican que Seregni abandonara este punto de vista, “…pero ni entonces ni antes tomó partido beligerante en las expresiones abundantes de la época acerca de la confrontación de ambos sistemas. No incorporó “la lógica de la guerra””. ¡No!; y no tenía por qué hacerlo, Seregni no era marxista, ni mucho menos comunista. Y no teníamos ninguna necesidad de que lo fuera. Pero, obsérvese que aquí la teoría de “la lógica de la guerra” funge como instrumental teórico y político para la interpretación y la acción política en el mundo de la “era bipolar”. En tanto, como es natural, el “amigo” no deja de plantearse una duda producto de la ambigüedad implícita en la teoría de “la lógica de la guerra” de Pereira. El “amigo” sostiene, con razón, que las citas de Seregni refieren al concepto de “guerra interna” como momento de la escalada fascista (la teoría de “la lógica de la guerra” en Pereira), y no a la lucha de clases.


Sin embargo, en otro pasaje de los textos de Pereira podemos leer:

Como puede verse, es una posición muy diferente a la lucha de clases entendida en su sentido convencional, marxista, de lucha por el poder, muy diferente a la búsqueda del triunfo de una clase sobre otra, muy alejada de “la lógica de la guerra” (en el sentido expuesto anteriormente), y también muy diferente a su sentido reivindicativo crudo.”


Como se ve, aquí la teoría de “la lógica de la guerra” refiere a la lucha de clases más allá de algunas imprecisas salvedades. ¿Qué significa “la lucha de clases en su sentido convencional, marxista,…”?. ¿Qué sentido de la lucha de clases propone el compañero Pereira?. ¿Acaso algún supuesto sentido que se desprende de las citas de Seregni?. Pero, como bien dice el “amigo” esas palabras de Seregni no refieren a la lucha de clases. En realidad, ¿existe en el modo de producción capitalista otro sentido de la lucha de clases que no sea el “marxista” que, precisamente por eso, es el “convencional”?


No podemos dejar de señalar otra interpretación de la teoría de “lógica de la guerra”. En “Actualización (I)” encontramos el siguiente párrafo:

Sin embargo no ha desaparecido la lógica de la guerra en el escenario político. ¿No sigue acaso una “lógica de la guerra” la crispada relación de sectores del FA y del sindicalismo con los Partidos Tradicionales, Cámaras Empresariales y aún con sectores que integran el FA y su tercer gobierno?”

Aquí la teoría de “la lógica de la guerra” refiere a ciertas concepciones que predominarían en sectores del FA y en el sindicalismo en la actualidad. Las palabras de Seregni en 1972 dirigidas a la “guerra interna” permitirían interpretar, explicar, la situación del tercer gobierno del FA, la política de ciertos sectores de la fuerza política y del movimiento sindical. Así podríamos decir lo siguiente de la situación actual:

“¿Acaso no reproduce “…el reino de la inseguridad, del miedo, de la sospecha…?”. “¿No es “el paroxismo de la desconfianza social…”, como dice la cita encuadrada?”

Que me perdone el compañero Pereira, pero en sus artículos trasunta un obstinado anticomunismo.


Es decir, la teoría de “la lógica de la guerra” se nos presenta como algo impreciso, indefinido, indescifrable. En estas pocas páginas de los textos del compañero podemos arriesgar por lo menos cuatro interpretaciones posibles de la misma. Desde el punto de vista más general, podemos señalar las siguientes acepciones:


Como época histórica de la política internacional, referiría a la visión del mundo predominante en la “era bipolar”.

A nivel teórico, equivaldría a la concepción de la lucha de clases en sentido “marxista”, “convencional”.


En un sentido particular;

Señalaría la concepción política de los sectores radicalizados, “infantilistas”, partidario de la lucha armada en el proceso político uruguayo de los años sesenta/setenta.


“La lógica de la guerra” explicaría y fundamentaría la política llevada adelante por algunos sectores del FA y del sindicalismo en el presente.


¿Qué es, en definitiva, la teoría de la “lógica de la guerra”?


Asunto nada menor si tenemos presente que es uno de los pilares de la actualización ideológica propuesta por Pereira. Y, más aún, si tenemos en cuenta que por momentos Pereira parece responsabilizar por los fracasos y las derrotas a los sectores de la izquierda en que, según él, predominó (o predomina) “la lógica de la guerra” tanto o más que las agresiones imperialistas, las invasiones, el fascismo o las políticas de los Partidos conservadores, la derecha, etc.


Por último, el tercer pilar del marco teórico de Pereira es la constatación de la expansión y la perdurabilidad del capitalismo. En “Actualización (I)”, dice así: “Habría que admitir que la vida real descartó el experimento socialista y proyecta larga vida al modo capitalista de producción. Es en vano invocar la “crisis estructural del capitalismo” que aunque algunos pronostiquen, no ocurre (recordemos que según Marx las fuerzas productivas tendrían que estar trabadas por la relaciones de producción)”.


Y, en “Actualización Ideológica (2)”:

El capitalismo tiene cuerda (mucha, si observamos su expansión mundial); en vez de seguir pronosticando su colapso definitivo como una letanía (sin decir con qué sería sustituido), hay una tarea ineludible: comprender tal realidad”. “Se debería reconocer que este mundo globalizado presenta ciclos económicos, fases de auge y fases de recesión ineluctables. Y que estas pueden transformarse en crisis y mega crisis. Se pueden aprovechar las fases de auge pero no hay gobierno que logre evitar las fases de crisis”.


Este es el punto central que justifica toda una posición ideológica y política. Dos apuntes. Uno; se trata de un fundamento trillado, viejo: las fuerzas productivas no se han desarrollado aún nivel (¿?) que estén trabadas (¡absolutamente trabadas, que no se muevan!) por las relaciones de producción; el capitalismo puede seguirse expandiendo, no está maduro para el socialismo, nada de revolución. ¡Todos quietitos! ¡No desordenemos la evolución histórica!


Dos; no difiere en lo esencial de la posición de Grompone, lo que llevamos dicho sobre la teoría de Grompone vale para la confusa teoría de Pereira, ¡con una diferencia!, Grompone es más esperanzador, el inmovilismo al que nos convoca tiene fecha aproximada de finalización (el mágico 2060 aproximadamente), el de Pereira, en cambio, es hasta que los capitalistas rompan la “cuerda”... ¿siglos quizás?

A riesgo de ser repetitivo. Tengo la sospecha de que Marx y Engels esbozarían una sonrisa si tomaran contacto con estas lecturas mecanicistas y lineales sobre su teoría de la relación fuerzas productivas-relaciones de producción. Es que ya en el siglo XIX Marx y Engels ponían ejemplos de cómo las relaciones de producción capitalistas ya trababan el desarrollo de las fuerzas productivas destruyendo mercancías, tirándolas al mar, etc. ¿Qué dirían hoy, cuando existen denuncias, ni más ni menos que sobre la salud del ser humano, de la existencia de medicamentos y tratamientos que serían más eficaces, o directamente curarían enfermedades, que no se aplican porque atentarían contra los intereses de las grandes empresas de la salud?. ¿Qué dirían ante las denuncias sobre la crisis ecológica y la imposibilidad de enfrentarla por la necesidad de elevar la tasa de ganancia de las enormes transnacionales, poniendo en riesgo de destrucción a la principal fuente de las fuerzas productivas: la naturaleza?. ¿Qué dirían de que cuando existe la capacidad productiva para producir bienes de última generación duraderos se producen bienes desechables rápidamente para acelerar la rotación del capital favoreciendo su acumulación creciente, para aumentar su ganancia y agotar o dilapidar fuerzas productivas mientras enormes porciones de la humanidad no tiene garantizadas la satisfacción de necesidades básicas?. ¿No se trata esto de las relaciones de producción “trabando”, aquí sí en sentido marxista, el desarrollo de las fuerzas productivas (lo que nunca quiere decir que no puedan seguir desarrollándose en términos absolutos)?. ¿Qué dirían de que cuando la “contradicción fundamental” adquiere un desarrollo inimaginable en su tiempo, producción globalizada (cada vez más social) y apropiación por las transnacionales (cada más privada), se proponga esperar a que se agote la “cuerda” del capitalismo?


La humanidad sólo se propone objetivos para los cuales ya se han creado las condiciones para su realización, algo así reza la tesis marxista. La formulación de esta tesis y toda la concepción marxista no es una creación individual, una obra de dos individuos aislados, es la síntesis teórica de una obra social. Por lo tanto, su sola existencia, una concepción del mundo fundamentada y con un evidente arraigo en una de las clases fundamentales del actual modo de producción, expresa que ya se han creado las condiciones para los objetivos que se proponen. Pero, una vez más, ¿qué dirían Marx y Engels si supieran que durante todo el siglo XX decenas y centenares de millones de seres humanos lucharon por convertir en realidad histórica lo que ellos habían esbozado teóricamente?

Seguramente, lo que no dirían es: que las relaciones de producción capitalistas no traban el desarrollo de las fuerzas productivas y, en consecuencia, que aún no se han creado las condiciones para resolver este problema del hombre: el capitalismo. Dirían sin vacilaciones que lo racional ha devenido irracional y que la tarea planteada ante la humanidad es crear la nueva racionalidad de una realidad latente.


Si las relaciones de producción no traban el desarrollo de las fuerzas productivas, ciertamente hay capitalismo para rato y, si esto es así, nuestra política no puede ser el “movimiento” sino el “inmovilismo” o un movimiento rutinario que se activa por el movimiento evolutivo del capitalismo, no se trata de un movimiento político y filosófico, sino de un movimiento que no es más que la sombra del movimiento de la política burguesa.


Pero lo que es preciso reconocer es que aquí no hay nada original, ni mucho menos renovador. Tras los insistentes anuncios sobre los cambios acaecidos, sobre la “nueva realidad”, hace más de un cuarto de siglo que sólo se presentan viejas, añejas teorías. Que las fuerzas productivas aún se desarrollan en el capitalismo y que el mismo aún no ha madurado para ser superado es, en lo fundamental, la justificación “teórica” e ideológica de los primeros revisionistas, del kautskismo después, para culminar en la socialdemocracia y su negación lisa y llana del marxismo. Fue la excusa, no sólo para condenar, sino para combatir a la revolución rusa y, tras ella, ahogar en sangre a todo lo que se movía.


No se trata de acusaciones personales, sino de discernimiento. Estamos ante profundos problemas ideológicos y teóricos y los mismos no se pueden abordar sin tener en cuenta la historia y el desarrollo del pensamiento humano. Y, en este sentido, realmente estos argumentos ya han sido esgrimidos en la historia de la lucha de los trabajadores. No encontramos una mirada hacia adelante, sino hacia atrás. Estamos abiertos a que nos convenzan y entusiasmen nuevas concepciones del mundo, pero hace más de un cuarto de siglo que las esperamos. Y, precisamente esta incapacidad de “creación”, de parir lo nuevo, es la que nos sigue convenciendo de la vigencia histórica y la actualidad del marxismo y en la validez de la expresión marxismo-leninismo, como le gustaba decir a Rodney Arismendi.


El compañero Pereira se plantea que no vale la pena esperar el colapso del capitalismo sin decir con qué será sustituido (aclaro que yo no espero que colapse, sino que sea sepultado). ¿El compañero espera un modelo o una receta?, Marx, Engels, Lenin, nunca la dieron. El capitalismo será sustituido, y eso sí lo sabemos todos hace mucho tiempo, con la dirección de la sociedad por los trabajadores y las clases subalternas. Con eso alcanza. El resto es incierto, porque además no puede ser un modo de producción en sí sino una transición. Sabemos poco, y sólo se aprende haciendo. Lo poco que sabemos es por aquellos que se “movieron” y experimentaron, y no por los que se quedaron al pie de la montaña y observando juzgaban a los que ascendían en procura de la cima construyendo la nueva historia; ¿recuerdan las “Notas de un Publicista”? Por eso hay que tener cuidado con despreciar todo lo que se experimentó en un siglo, es una riqueza inapreciable. Cuando un experimento fracasa no se abandona la investigación ni el objetivo, se corrige y se vuelve a experimentar.


El compañero Pereira continúa y nos indica que “hay una tarea ineludible: comprender tal realidad”. Pero, la recompensa que nos ofrece por la tarea cumplida a esta altura es pobre, algo tacaña, no quiere decir que esté mal: mejorar en nuestro país las condiciones de vida de la población, y en particular de los trabajadores y de los más desprotegidos; está bien, pero enseguida nos recuerda que la realidad nos impone un límite contra el que no podemos hacer nada y ni siquiera debemos osar intentarlo. La cuestión no está en que pretendamos intentarlo ahora, sino en el planteo de Pereira que afirma ─y no se refiere sólo al ámbito nacional─ que sólo la evolución del capitalismo nos indicará si en algún momento podremos “movernos” más allá de los límites impuestos.

Sucede que en estos tiempos parecen haber adquirido “renovada” fuerza viejas tendencias en apariencia antagónicas pero bajo las cuales subyacen las mismas concepciones teóricas e iguales consecuencias políticas: un positivista determinismo económico y el desánimo y pasividad de la clase trabajadora y los sectores subalternos.

Estas tendencias se alternan o, más exactamente actúan simultáneamente provocando por un lado, la aparición de corrientes políticas radicalizadas que, en última instancia, no logran evitar desembocar en posiciones netamente “reformistas” y, por otro lado, el fomento de concepciones moderadas, conciliadoras que, sin embargo no pueden escapar a esporádicos accesos de radicalizaciones circunstanciales.


¿En qué consisten los fundamentos teóricos y políticos de tales tendencias?. Ora, la subestimación de lo general y la sobrestimación particularista del aspecto nacional que suprime la perspectiva internacional (es decir histórico-universal), que vacía de contenido todo movimiento y lo reduce a objetivos limitados, puramente nacionales que sustituyen el internacionalismo por la defensa de supuestos “valores universales” absolutamente divorciados de la lucha de clases y del proceso político real. Ora, la sobrestimación de lo general, del aspecto internacional en el cual tendría lugar una “catástrofe”, un “colapso” del modo de producción que provocaría un movimiento general, simultáneo, ahistórico e imposible, a la espera del cual deberán estar los pueblos.


Recuerdo uno de los tantísimos momentos en que Gramsci (esto es en él parte de su definición misma, una actitud permanente), reconocía el aporte inmenso a los trabajadores y a los pueblos y las enseñanzas y el significado teórico-universal del leninismo y la revolución rusa. Tanto en Marx como en Lenin, decía: “la situación internacional debe ser considerada en su aspecto nacional”. “Que los conceptos no nacionales (es decir, no referibles a ningún país en concreto), son equivocados se ve por reducción al absurdo: han llevado a la pasividad y a la inercia en dos fases muy distintas”. Y sobre la primera de esas fases, decía frente a las posiciones políticas predominantes en la socialdemocracia europea, fundamentadas en premisas teóricas similares a las que analizamos: “En la primera fase, nadie creía que tenía que empezar él, es decir, consideraba que si empezaba se encontraría aislado; mientras se esperaba que todos se moviesen al mismo tiempo, nadie se movía ni organizaba el movimiento;…”. (2)


Precisamente, el aspecto renovador de la tesis 11 queda clausurado. La tarea “ineludible” es “comprender tal realidad”, interpretarla; pero… de lo que se trataba era de “transformarla”. Esto no es posible, no sólo en el Uruguay, ¡en ningún país!, pues la expansión del capitalismo demuestra que tiene “cuerda para rato”.

Como en Grompone, estamos ante un objetivismo y un determinismo de tipo positivista que no puede convocar a la acción de los trabajadores y las masas subalternas, sino a su pasividad. Pero, justamente, sin la actividad de estas el capitalismo no será superado, ni mucho menos “colapsará”. Nunca sonará la alarma del capitalismo (de ningún modo de producción), despertando a los hombres para que se enteren que las fuerzas productivas alcanzaron el nivel de desarrollo establecido vaya a saber uno en qué dogma, que la “cuerda” se acabó, que llegó su tiempo, ¡arriba, es hora de ponerse en “movimiento”!


La superación del capitalismo y el triunfo del socialismo no es obra de la necesidad, esta es su condición primaria, básica; pero, en última instancia deberá ser obra de la libertad.


A propósito, recuerdo que Erich Fromm sostenía que el capitalismo había producido una gran revolución al liberar al hombre de los vínculos primarios, relaciones, creencias, que lo subordinaban en el mundo medieval. Pero el capitalismo le había dado la “libertad de” y no la “libertad para”. O sea, sólo “la libertad negativa”. Que al mismo tiempo que rompió los lazos medievales lo dejó inmerso en la relaciones de producción burguesa: angustiado, aislado, impotente, humillado (protestantismo mediante).


En el mundo medieval el individuo pertenecía a la comunidad, tenía su lugar en la sociedad, un significado de la vida, no enfrentaba a sus opresores solo, a Dios por ejemplo, sino como grupo. En el capitalismo el hombre está solo. En el marco de las relaciones sociales burguesas no puede alcanzar la “libertad para”, la “libertad positiva”, salvo mediante una relación espontánea de amor al trabajo y al hombre (“…puede establecer espontáneamente su conexión con el mundo en el amor y el trabajo, en la expresión genuina de sus facultades emocionales, sensitivas e intelectuales: de este modo volverá a unirse con la humanidad, con la naturaleza y consigo mismo, sin despojarse de la integridad e independencia de su Yo individual”). En las condiciones del capitalismo el hombre teme a la libertad y retrocede. “El miedo a la libertad” lo conduce bajo el capitalismo a nuevas formas de sometimiento, de sumisión.


“En ambos casos (el individualismo espiritual y el económico, aclaro), el individuo se halla completamente solo y en su aislamiento debe enfrentar un poder superior: sea este el de Dios, el de los competidores, o el de fuerzas económicas impersonales.” (3)


Se hace entonces imprescindible descubrir no sólo las condiciones ideológicas sino incluso sicológicas que pueden haber arraigado en las masas, en sectores de las clases populares, y que estén desempeñando su papel en la conducta social, política y cultural de los mismos. “La autoridad no es necesariamente una persona o una institución que ordena esto o permite aquello”, “…, puede aparecer otra de carácter interno, bajo el nombre de deber, conciencia o Superyó”. Con la victoria política de las clase media en ascenso, “la autoridad exterior” tendió a ser sustituida por una “autoridad interior” (la conciencia). Y el mando de esta puede ser mucho más efectivo y duro que el de las autoridades exteriores pues el individuo siente que sus órdenes son las suyas propias y, sin embargo, muchas veces el contenido de sus órdenes no responden en definitiva a las demandas del Yo individual, sino que está integrado por demandas de carácter social que han asumido la dignidad de normas éticas”. Pero le evolución del capitalismo no se detiene aquí. También la “conciencia” pierde su importancia. Pero la autoridad no ha desaparecido, simplemente “se ha hecho invisible”. “En lugar de la autoridad manifiesta, lo que reina es la “autoridad anónima”, disfrazada de “sentido común”, “ciencia”, “salud síquica”, “normalidad”, “opinión pública”, no exige otra cosa que lo que parece evidente por sí mismo”, parece no servirse “de ninguna presión y si tan sólo de una blanda persuasión”. “La autoridad anónima es mucho más efectiva” pues, “…tanto la orden como el que la formula se han vuelto invisibles”, “no hay nada ni nadie a quien responder”. Entonces se vuelve harto difícil combatirla y es difícil que se desarrolle sin esta lucha “la independencia personal y el valor moral”. (4)


En el capitalismo las “fuerzas económicas” han adquirido un poder incuestionado, un carácter místico, se han despojado de toda cualidad humana y se nos presentan como una fatalidad natural o divina; o sea, han devenido “autoridades internas”, “anónimas”. Ante ellas nada se puede hacer más que aprovechar sus bondades y aceptar sus azotes. Al punto tal que el sometimiento se invisibiliza; en tanto que nuestra libertad en realidad está absolutamente cuestionada y limitada.


La evolución objetiva del capitalismo no creará nada nuevo, sólo un acto de libertad del hombre lo hará. Y el momento de ese acto no hay que esperarlo de dicha evolución, sino que ya fue, es y será nuestra contemporaneidad.


Por último, como causa de las “enfermedades” que Togliatti detectaba en el movimiento obrero y los grupos marxistas italianos de principio de siglo pasado, señalaba lo siguiente:

En sustancia, todas estas eran las consecuencias negativas de una concepción pedante, mecanicista del marxismo y del proceso mismo del movimiento obrero. Faltaba la concepción del desarrollo histórico, que no puede ser entendida solamente como evolución objetiva de las relaciones económicas mediante las transformaciones de la técnica y del aumento de las fuerzas productivas – desarrollo de las luchas parciales económicas y políticas de los trabajadores – y finalmente, como coronación de esa evolución y de ese desarrollo, una milagrosa catástrofe. Lo que faltaba era la noción misma de las modificaciones y del vuelco de las relaciones del poder en la sociedad, de la necesidad de ruptura del bloque histórico dominante y de la creación revolucionaria de un nuevo bloque”.(5)


Estas causas y consecuencias parecen ser recurrentes y provocan recaídas esporádicas.


El único antídoto probado: el leninismo.



 

Notas

  1. He leído los art. 3 y 4, pero no me refiero a ellos aquí, pues considero que no contienen en sustancia nada nuevo en relación al objetivo de este trabajo.

  2. Gramsci, Antonio, “La política y el estado moderno”, Planeta-Agostini, 1993, pág. 170

  3. Fromm, Erich, “El miedo a la libertad”, Editorial Paidós, Bs.As., 1974, pág. 133

  4. Ibíd., págs. 190,191,192

  5. Togliatti, Palmiro, “Gramsci y el Leninismo”, Suplemento – Estudios – Dic. 1986, No. 98, págs. 6

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