por Aniceto Hevia
Se fût contristé ou altéré, car tous les biens que
le ciel couvre et que la terre contient en toutes ses dimensions,
hauteur, profondité, longitude et latitude, ne sont dignes
d’émouvoir nos affections et troubler nos sens et esprits.
Faictz et dictz Heroïcs du noble Pantagruel.
Se entristecía o alteraba, pues todos los bienes que
el cielo cubre y que la tierra contiene en todas sus dimensiones,
altura, profundidad, longitud, latitud, no son dignas
de conmover nuestras afecciones o tocar nuestros sentidos y espíritu.
Hechos y dichos heroicos del noble Pantagruel
Dice Hegel en la Ciencia de la Lógica que el mundo hay que verlo a través de un espejo invertido, la misma metáfora se repite en la Crítica a la Filosofía del Derecho de Karl Marx. Esa es la perspectiva que nos anima al escribir estas líneas, dialectizar el fenómeno y constatar que lo constituye. Partiendo de la distinción entre fenómeno y esencia.
El posmodernismo comienza como movimiento en los años que siguieron al fin de la segunda guerra mundial. Fue Daniel Bell el que utiliza por primera vez el término, que significaba literalmente que la época moderna había sido superada por el despliegue de la historia. Junto e este personaje se reúne un círculo de intelectuales de la CIA interesados de llevar a cabo una guerra contra el marxismo en Europa, con un cariz nuevo. Se trataba de luchar por vencer y desplazar a todos los intelectuales manifiestamente de izquierda, entre ellos su enemigo máximo, Jean Paul Sartre. Ese filósofo les pesaba de sobremanera, era famoso internacionalmente, poseía un prestigio mundial en la filosofía y la literatura; pero, sobre todo molestaba su apoyo a causas revolucionarias, su crítica abierta a toda forma de opresión, la presidencia del Tribunal Russell les generaba un resquemor. Por ello, para desacreditarlo se inyectaron ingentes fondos de la Fundación Ford a la École des Haut Etudes, institución que guardaba en su seno una nueva generación de pensadores, teóricos; cuando no de intelectuales públicos. En esa nueva camada se encontraba un grupo heterogéneo entre los que se encontraron estructuralistas y no estructuralistas, Claude Levy Strauss, Michel Foucault, Jacques Derrida; aun otro personaje no asociado ellos que fue Jacques Lacan. En 1966 año publicaron obras que fueron consideradas maestras: El Pensamiento Salvaje, Las Palabras y las Cosas, La Gramatología, Escritos.
Ese año fue considerado un año dorado del pensamiento francés, de hecho, cada texto se volvió de alto valor a nivel mundial. Se organiza un congreso en la universidad John Hopkins en que asisten Foucault, Derrida y Lacan entre otros, los que no fueron mandaron ponencias como Gilles Deleuze. No asiste Louis Althusser, pues pertenecía al Partido Comunista de Francia, lo cual era mal visto. Esa fue la puerta de entrada a la academia estadounidense de este grupo antimarxista, para ellos mismos significaba que la Fundación Ford no solo les abría las puertas a centros académicos importantes, a editoriales globales, respaldaba sus teorías; a la vez, los llevaba a la fama y el prestigio internacional. Constituyendo una elite de intelectuales conformistas y adinerados, con mucho más dinero que el que siempre tuvieron. Pues hay que recordar que todos eran herederos de fortunas considerables, tal cual lo estima el más importante biógrafo de Michel Foucault (Cf.. Vuelta a Vincennes).
La posición de ellos queda muy clara si se considera su actitud política durante el mayo del 68. Jacques Lacan despotricó contra los revolucionarios; diciendo que todas las revoluciones fracasaban y que él era la verdadera revolución; Michel Foucault trabajaba de día en el ministerio de educación planificando las reformas rechazadas por los alumnos, de noche asistió una vez a una concentración; Derrida se esfumó en una nube de palabras al presentar una ponencia sobre mayo del 68, lo único que no hizo fue eso, habló de otro tema. Lo curioso y abyecto es que fueron presentados al público como los pensadores de mayo del 68, que nunca fueron. Ninguno de ellos lo negó y al público le pareció interesante la publicidad que les pusieron por delante, aparecieron como pensadores rebeldes, maoistas (franceses), que integraban la revolución y un tipo de pensamiento lujoso y vanguardista. De fondo se transluce un movimiento del liberalismo posmoderno, teóricamente antimarxista, manifiestamente antihistoricista, antidialéctico, enconadamente contrarevolucionario. Este es el elemento en que germina el desprestigio de Marx, Lenin y todos los revolucionarios. Habiendo estos revolucionarios tan sofisticados que no molestan a nadie y no están dispuestos a hacer algo por nadie, resulta fácil decir cosas como el marxismo está sobrepasado por los acontecimientos, fue una interpretación de la economía del siglo XIX en Europa, Marx era colonialista, y suma y sigue. Cualquier cosa, más o menos risible, pero también funcionó. Y el marxismo desapareció o quedó reducido a una mínima expresión en las universidades. Al respecto, nunca hubo un debate serio entre estructuralistas, posestructuralistas y pensadores marxistas. Con imponer y negar, muchas veces renegar oportunistamente es suficiente.
Todas las universidades impartieron cursos sobre estas estrellas galas, fueron una moda, un símbolo de alta cultura, conocerlos significaba entrar en un cierto status intelectual, eran obras sine qua non. De hecho, esa partida fue ganada por la CIA, logró desplazar y desprestigiar al marxismo en las universidades y su mensaje de liberación fue arrinconado en universidades, tanto occidentales como del Tercer Mundo. Según Gabriel Rockhill, lo común de estos pensadores es ser antimarxistas, de hecho son todos pensadores franceses burgueses.
Claude Levy Strauss deja de lado la interpretación histórica por la estructura inmutable. Michel Foucault en aquellos tiempos propone también un esquema ahistórico en que el ser humano está determinado por el saber de su tiempo que llama episteme. Jacques Derrida siempre fue considerado un filósofo francés conservador (el más conservador de todo el grupo), que en Harvard se rodea de un aura rupturista, retomando el pensamiento del nazi Martin Heidegger y busca convertirse en el Heidegger francés. Toma de este filósofo el concepto de destrucción de la metafísica (destruktion der Ontologie) y lo convierte en deconstrucción (deconstruction). Su idea original era tomar aquellos elementos marginales o suplementos de la estructura y a partir de ellos interpretarla, rompiendo el poder del centro presencia de la estructura, necesario para su configuración. Esto era una estrategia de lectura que debería superar el pensamiento tradicional (Cf. Entrevista de Julia Kristeva). Luego el sentido mismo de deconstrucción el filósofo lo hizo variar, pero permaneció siempre la idea de difuminación de los límites. Primero estructuralistas y muy rápidamente son las piedras miliares donde se erige el post-estructuralismo. Estas lumbreras en 1966 se reúnen post mayo del 68, en un Congreso adecuado a la alta filosofía y ciencias que inspiran sus avances, se llamó muy vehementemente: “Retirada de la Política”. Las conclusiones las puede sacar el lector (Cf. Alain Badiou).
Como se sabe, este movimiento trasciende fronteras y cae en tierra fértil, estos pensadores llegan a la academia norteamericana y se ubican en un lugar de privilegio. Aunque no tanto por su obra, sino porque el mundo académico, que hasta ese momento era marxista, debió buscar algo nuevo que les permitiese sobrevivir la ola anticomunista en las universidades de la era Reagan. Con su característico afán cínico y oportunista encontraron esta escuela y pudieron declarar que el marxismo fue una ingenuidad, un prurito adolescente, una mala cosa a la que se debía resistir con todas las fuerzas. Los llantos fueron un espectáculo, el reconocimiento de errores, la autocrítica, las lecturas del Archipiélago de Gulag. Oh, Solyenitzin, oh, Hannah Arendt. La orden del día fue rectificar para que las cuentas bancarias de nuestros queridos académicos continuasen operando una rozagante sanidad del capital propio (fuente: conversación personal con Juan Epple). Desaparecido el socialismo de las universidades, pues pasa a ser una mal palabra, surge una nueva doctrina salvadora de la moral ya erosionada del académico del país del norte. Esta se llama la posmodernidad, cuya obra fundamental es La condición posmoderna de Jean Francois Lyotard, en la cual se presenta la tesis fundamental del posmodernismo. Tesis contrafáctica que se puede resumir así, la época de las dos grandes narrativas ha pasado, tanto el liberalismo y el marxismo son cosa del pasado. Los que en ese tiempo ya se llamaron posmodernos nunca leyeron el subtítulo, no lo comentaron, dice así: “Informe sobre el estado de las ciencias en Canadá”. No es una época, no es un momento histórico o una cultura de lo que habla Emil Lyotard, pero en su momento sirvió para justificar todo en la batalla por el desprestigio del marxismo en universidades, círculos de investigación, cultura intelectual, etc. Cualquier lugar en que se pudiese predicar la buena nueva, el evangelio metropolitano ad usum populus. Otros pensadores aparecieron constituyendo un santoral necesario, citable, esencial. Emmanuel Levinas, Hannah Arendt, Theodor Adorno y Max Horkheimer. Todos públicamente anticomunistas. Y se suman otros que en su momento alabaron esa nueva época que surgía de la nada y se sostenía en el vacío y la falta de sentido, Umberto Eco, Julia Kristeva, Jean Baudrillard. Todos ya no escribían tratados como en los 60, sino que novelitas entretenidas o non fiction (género posmo), de aeropuerto o filosofía posmoderna explicada a alguien que vuela de Tokyo a Frankfurt. Este derrotero ideológico transparentemente nihilista burgués tiene su momento de esplendor en el mismo instante de la insurrección de Nicaragua, de las protestas chilenas. Aun así, los lectores de librerías elegantes de Santiago no vieron la contradicción y en ese momento pasearon bajo el brazo la Historia de la Sexualidad de Michel Foucault, donde afirma que la rebelión no es posible y solo se puede resistir. Y como nada permanece para siempre, la situación cambia y aparecen con fuerza los movimientos sociales en las metrópolis. Ello trae vientos de cambio.
Lo que quedaba del posmodernismo era un batiburrillo de discursos eclécticos, una argamasa hecha de tierra, roca, gravilla y todo a lo que se pudiese acudir para decir algo novedoso, que nunca nuevo. Semiótica, lacanismo, feminismo, resistencias, el problema (en abstracto) del poder y la sexualidad, y bajo esa costra estaba el rechazo al marxismo, cuando no el anticomunismo más irracional. No se podía esperar otra cosa, no hay momento de la historia de la ideología o de la intelectualidad que sea ingenuo, al contrario. Está pletórico de traiciones, luchas por el poder editorial y personal. Hubo que transformar la universidad comercializada para volverla irreconocible, se hubo de esconder la basura bajo la alfombra. Las investigaciones guiadas por agencias financieras cada vez más exigentes que decretan borrar de una buena vez con la crítica, que es crítica del capitalismo, aniquilar los destellos de utopía y esperanza, a los pensadores problemáticos se los puede usar sacándole los dientes, a los posmodernos se los debe publicitar como la nueva revolución. De allí surge la sub-cultura woke, la versión agónica de la ideología liberal.
Lo nuevo post hace su aparición. El post-marxismo (Chakravorty Spivak, Slavoj Zizek, Chantal Mouffe, Ernesto Laclau), cuyos autores son todos arrepentidos del marxismo, del feminismo a los estudios de género y queer (Judith Butler) que ponen en el centro los problemas de género frente a todo otro tipo de luchas sociales. Lo woke viene de una frase del movimiento racial de los 60: “stay woke” (mantente despierto). Este movimiento es un ejemplo modélico de cultura dirigida desde arriba, surge de departamentos de literatura y humanidades norteamericanos. Se plantean como una pluralidad de movimientos que establecen una oscura amalgama de intereses, muchas veces contradictorias; no obstante ello no importa al sujeto woke. Es un movimiento que busca una radicalización de la democracia liberal en base a una ampliación de derechos, en ello no hay un interés de emancipación o liberación de los pueblos oprimidos. Mucho menos que eso, simplemente no es estrictamente social, en cuanto todos sus objetivos se refieren a la singularidad, a la individualidad, desviando la atención de todo conflicto de clase en el seno de esta pseudo ideología. Lo que parece reprochable es el autoritarismo manifiesto en su activismo, es un reflote del maniqueísmo sin más. Las prácticas de la cancelación evitan el debate, no importa dañar vidas y carreras, el que no aparece como amigo es enemigo. La imposición de un lenguaje y una visión de mundo no pueden ser posibles sin espaldas financieras y políticas. En primer lugar, hay que entender la dialéctica de esa nueva clase social agresivamente busca encontrar su territorio de poder. La clase administrativa profesional, cuyo rol es ser la correa de transmisión entre la dirigencia política y las masas donde se aplican tales políticas progresistas. Clase cooptada, sujeto de un poder espúreo y anti-democrático, enarbola todas las causas que le sirven para forjarse una identidad propia; por ello, acude al así llamado progresismo que es de su propia invención. Es una clase que dicta parámetros socioculturales, políticos e ideológicos. La funcionalización administrativa de lo socio-cultural es un fenómeno nuevo en esta época, cuyos rasgos opresivos se mostraron tempranamente, y tiende a aniquilar todo aquello que sea espontáneo y vital; por ende, todo aquello que sea crítico, pues entiende la crítica como su nemesis.
Siguiendo al pensador Michel Clouscard, sin temor de equivocarse, tenemos frente a nosotros el resultado de la victoria de la pequeña burguesía liberal libertaria, que lleva a cabo su ínfima revolución, su mísera revolución cultural. Cuyos objetivos son la liberalización irracional de las costumbres, el reemplazo del concepto de trabajo por la idea de deseo (“el deseo también es productivo, mi amigo”), el auge de la cultura pop (The Beatles, The Rolling Stones, los posters y las drogas así llamadas psicodélicas. etc). El surgimiento de una cultura de consumo suntuario dirigido a la pequeña burguesía adinerada que se transforma en modelo frívolo a seguir, como antes la burguesía. Un rasgo esencial es el culto al ser singular y la singularidad, tan querida del filósofo Gilles Deleuze; el surgimiento de un sujeto narcicista que aúlla por sus derechos y que no quiere hacer nada por nadie. En suma, esta cultura de lo frívolo, de lo anti-todo que da un amplio espacio para el goce personal que debe ser defendido con derechos de todo tipo y no liberación, que todo siga como está porque no se puede cambiar. Cultura dirigida desde arriba que predica que “todo es permitido y nada es posible” (Michel Clouscard) . Es un magnífico negocio diseminar por toda la sociedad la norteamericanización de las costumbres, aunque no solo en la órbita de la moda; sino en la vida misma que deviene life-style; en la filosofía que posee sus apologistas. Pregúntele a Slavoj Zizek y sus adláteres cuánto ganan él y sus compinches del status quo intelectual global por conferencia. Pregúntenle porqué ha vivido de Marx y Lenin con un pasado liberal en lo político y económico.
Deconstruir todo para que imposibilitar todo acontecimiento es el ideal del intelectual woke, su homólogo dialéctico es comercializar todo no importa a qué costo humano. Este sujeto narcisista, que desespera a los psicoanalistas, puede reinventarse todo lo que quiera, ya no hay identidad ni historia; solo un devenir que en materia de totalidad está atado a su conformismo indeclinable. Este sujeto parece decir, todo es apariencia y soledad; pesimismo elitario que realiza reverencialmente el mito del eterno retorno, de la temporalidad estancada del zen, de las doctrinas del wellness (trad. estar-bien). Es la ideología de una clase que pasó de la satisfacción en sí, al aburrimiento y desesperanza para sí. El ejemplo arquetípico es la filosofía sombría y estúpida de Byung Chul Han, personaje que recomienda cultivar maceteros de flores en casa; bien puede criar ser perritos y ponerles nombres de humanos o cultivar el poliamor. Para el caso es lo mismo; hacerse de una perversión soft. Hay que destruir la esperanza (Hoffnung), la historia (noch- nicht), pues el sujeto woke no puede con la conciencia de la esperanza y la historia y sus consecuencias de lucha y clase. Lo woke no puede existir sin aplastar el ethos de la clase trabajadora, los ideales del socialismo, la democracia real, la libertad y el amor.
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